1

36 1 0
                                    


3 de septiembre, 2011. Tres meses y 28 días antes. 

La claridad del sol atravesaba las finas cortinas de la habitación lo que hizo que Ashley se retorciera finalmente en la cama. Podía sentir cómo erizaba su piel una pequeña ráfaga de aire que se colaba por la ventana. Abrió los ojos lentamente y, cuando visualizó su habitación, su corazón se paró en seco. Se levantó de un brinco, miró el reloj y se dio cuenta que efectivamente se había vuelto a dormir. No era la primera vez que el despertador no la sonaba y llegaba tarde a clase. Digamos que la puntualidad nunca fue su punto fuerte. Se puso los pantalones que tenía sobre la silla y la primera camiseta que encontró del armario. Antes de irse, agarró su bolso y metió un par de libros que posiblemente necesitaría para clase y se marchó rápidamente mientras se recogía el pelo con una coleta. La facultad de Psicología no estaba muy lejos de donde vivía, pero optó por coger la bicicleta para llegar cuanto antes. Cruzó toda la calle de las fraternidades y enseguida giró la manzana dirección al centro de la Universidad, una vez pasado el Forest Hill. Era el primer día de clase de su tercer año en la Universidad, solo a ella le podía pasar quedarse dormida el primer día. Por suerte, conocía la facultad y sabía a qué aula ir rápidamente. Pero una de las cosas que aprendes en la Universidad es a saber a qué clases no puedes llegar nunca tarde. Y esa, era justo la de esa mañana. Cuando entró por la puerta, vio que el profesor Coleman estaba escribiendo en la pizarra mientras hablaba de alguna teoría de Freud. El famoso Ian Coleman. Uno de los mejores docentes, de mayor prestigio de la Universidad Case Western desde hace unos años. Era el profesor más joven y, a su vez, el más reconocido y destacado en el ámbito de la Psicología, aunque también era de los más exigentes y por eso sabían que no debían de llegar nunca tarde a sus clases. Tendría alrededor de unos 30 años y, con su pelo rubio bien peinado y su barba corta bien cuidada, todas las universitarias le miraban fascinadas. Sus gafas rectangulares y su traje elegante le daban siempre un toque más intelectual y atractivo. Enseguida notó multitud de miradas clavándose en ella, y por supuesto entre ellas la del profesor, que la observaba con indolencia y algo molesto por la interrupción. Ese era uno de los momentos tan típicos e incómodos en los que no sabes si saludar y decir algo o simplemente callarte y dejar que continúe la clase. Visualizó a su amiga que la hacía una seña con la mano y subió las gradas rápidamente intentando pasar desapercibida, aunque sabía que eso era imposible ya. Enseguida se sentó junto a Brooke y escuchó al profesor continuar con la explicación. Por suerte no la dijo nada aparte del silencio incómodo y la mirada que ya hablaban por sí solas. 

― ¿Dónde narices estabas? ― quiso saber su amiga. ― La clase ha empezado hace más de media hora. 

― Ya, ya lo sé. Me he quedado dormida. ¿Ha dicho algo importante? 

Brooke se rio con ironía. 

― Sí, que jamás lleguemos tarde a sus clases o nos quedaremos fuera. Tienes suerte de que hoy sea el primer día. 

Ashley echó un vistazo a la clase en la que habían pasado ya dos años. Era bastante grande, con unos 100 estudiantes aproximadamente. Visualizó a Liam, que enseguida le guiñó el ojo a modo de saludo. Liam Scott. Uno de los chicos más guapos de la fraternidad, de ojos azules y pelo castaño. A su lado estaba Owen, un chico afroamericano de ojos oscuros y sonrisa perfecta, que era su gran compinche. Desde primero de carrera se hicieron inseparables, aunque estaba claro que quien llevaba la voz cantante era Liam. Ambos eran muy distintos. Él siempre fue una especie de líder en los grupos, sabía caer bien a la gente y manejarlos a su gusto sin que ellos se dieran cuenta. Era una persona extrañamente inteligente, a veces no sabías si te intentaba llevar a su terreno o es que simplemente te decía lo que opinaba. Sin embargo, Owen siempre fue lo contrario. Era un chico que, a pesar de tener sus propias opiniones y decisiones personales, Liam le guiaba al mal camino por así decirlo. Éste siempre fue una persona encantadora, sin pizca de crueldad, cosa que de Liam nadie se extrañaba. 

― Mira al chico ese que está sentado en la segunda fila ― dijo Brooke ― ¿puede vestir peor? ― soltó una pequeña risa. 

― Brooke, hay como 10 personas en la segunda fila, si no especificas cómo voy a verlo. 

― El del pelo rizado, que está sentado junto a esa tía de la fraternidad, la de las gafas. 

Ashley siguió con la mirada toda la fila hasta que dio con una chica de pelo cortito, que enseguida reconoció de la fraternidad. Se fijó entonces en el chico de al lado, debía de ser algún novato. Llevaba una camiseta de manga larga con pequeños dibujitos que al parecer era de algún superhéroe. Se contuvo la risa. Adoraba a su amiga, siempre tenía algún comentario absurdo que decir. Era la típica persona que observaba mucho a la gente y nunca se le pasaba ni un detalle. Siempre algo con lo que opinar. Una vez que terminó la clase, todos se dispersaron y salieron del aula directos a las otras clases, pero cuando Ashley fue a salir, de repente se chocó con alguien. 

― ¡Perdona! ― se disculpó ella. ― No te había visto. 

Cuando se volvió, enseguida se dio cuenta de que se trataba del mismo chico de antes al ver esa camiseta tan horrible frente sus narices. Efectivamente, se trataban de pequeños dibujitos de Batman. 

― Tranquila, no te preocupes. No eres a la primera que le pasa. ― contestó encogiéndose de hombros mientras se colocaba las gafas. ― Soy Nicholas, encantado. 

Ashley se fijó en sus ojos verdes que la miraban con cierta admiración y, aunque no entendía por qué, su mirada le resultaba muy familiar. 

― ¿Sabes dónde está reprografía? ― volvió a decir. 

― Si, claro. Tienes que ir hacia los despachos, pero hay que cruzar al otro lado de la facultad, subiendo las escaleras. ― levantó el brazo señalando la dirección. ― Eres nuevo por aquí, ¿no? 

En ese momento, alguien la sorprendió por detrás. Era Liam, que enseguida la saludó con un beso. 

― ¿No vienes? Estamos todos en la cafetería. 

― Sí, ya voy. ― Se dirigió de nuevo al joven y dijo: ― Bueno, un placer... 

― Nicholas, Nicholas Parker. 

― Nicholas. ― repitió ella. ― Ya nos veremos por aquí. 

― Claro, hasta luego Ashley. ― respondió con una sonrisa. 

Una vez que se alejaron, el joven pudo oler la colonia con aroma a gardenias que desprendía al pasar. Cuando entraron en la cafetería y los perdió de vista, se dio media vuelta y se marchó. No entendía por qué se le venía a la cabeza la sonrisa de Ashley. Qué sonrisa. Quizá Nicholas nunca había conocido a una chica tan especial como ella. Nunca se había fascinado tanto por alguien hasta sentir como si se le fuese a romper el alma. Y es que ella no se había dado cuenta, pero él había sabido perfectamente cómo se llamaba sin ella decírselo. Sabía quién era y, aunque ella no lo supiera, ya se habían visto antes. O al menos él sí que se había fijado en ella, justo esperando en la fila de secretaría los días de atrás de comenzar las clases. Desde ese momento, supo que debía conocerla. 

Quizá era pronto para hablar de amor, pero quién dice que no hablemos de locura.

El asesinato de Ashley BakerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora