La abuela

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Las cosas en el iad se habían calmado considerablemente. Gabo y Lorenzo habían superado su primera gran pelea y su relación estaba más fuerte que nunca. Pasaron semanas sin problemas, solo los típicos comentarios hirientes de Martín, pero el enganche, el goleador y todos sus amigos habían optado por ignorarlo. Lo único que aún molestaba muchísimo al enganche era que el colombiano se hiciera el bueno con su padre, y que este le creyera. Hasta los problemas con Ana se habían solucionado lo suficiente como para que el castaño pudiera estar en la misma habitación que ella y Lorenzo, sentados en la misma mesa, sin matarse y sin incomodidad (bueno, solo la justa y necesaria).

Estaban a dos semanas de jugar las semifinales cuando Gabo se enfermó. Era solo una angina, pero lo dejaría una semana completa fuera del iad y por ende fuera de la cancha.
Francisco, como cada que alguno de sus hijos se enfermaba, había entrado en pánico cuando vio que el termómetro marcaba 40° de fiebre, después de una noche entera de vómitos y tos incesante. No había dudado un segundo en llevarlo al médico, tomándose el día libre para poder cuidarlo. Al verlo reclinado contra la ventanilla del auto, todo pálido, sudoroso y temblando, lo hizo rememorar la primera vez que los niños se habían enfermado a los tres años. Una varicela bastante fuerte que los tuvo febriles, llorosos y fastidiosos por la picazón, durante diez días. Diana estaba con ellos todo el tiempo, pero recordaba con total nostalgia y cariño como, cuando llegaba de trabajar, los dos niños de tres años solo dejaban de llorar cuando se acostaban en la cama de sus padres y él les leía cuentos hasta que caían dormidos.

Cuando el médico lo había diagnosticado y medicado el entrenador lo había llevado nuevamente al auto. En el transcurso del viaje el agotado castaño se había quedado dormido, así que cuando llegaron el padre tuvo que despertarlo sacudiendolo suavemente por el hombro.

-Gabo-llamo Francisco-Ya llegamos, dale.

-Un ratito más, abuela-murmuro el castaño adormilado.

El adulto hizo una mueca al escucharlo. Amelia aún le causaba respeto... jamás admitiría que era miedo-Vamos hijo, vamos adentro así después podés seguir durmiendo.

El chico lo siguió dentro de la casa. Se sentía horrible. Le dolían la cabeza, la garganta, y todo el cuerpo. Además después de una noche en vela solo quería acostarse y no volver a levantarse en lo que quedaba de la semana. Se sentía demasiado fatigado y cansado como para subir la escalera así decidió hacer algo que no hacía desde que tenía siete años, se dirigió a la habitación principal y se acostó, tapándose hasta la cabeza. En menos de cinco minutos estaba babeando sobre la almohada de su padre.

Cuando Zoe llegó a su casa se dirigió directamente a la habitación de su hermano para ver cómo estaba, se llevó una gran sorpresa al no encontrarlo allí. Sabía que no podía estar aún en el médico porque el auto de su padre estaba en la entrada. El segundo lugar donde busco fue en la habitación de Lorenzo, pero fue solo por inercia, ya que dudaba de que su padre le permitiera quedarse allí. Se preocupó un poco cuando tampoco lo encontró ahí, así que bajó para preguntarle a su progenitor el paradero de Gabo.

-¡Pa!-llamo la chica entrando en la cocina, donde el mayor estaba haciendo un té.

-¿Zoe?-el hombre la miró extrañado-¿Que haces acá a esta hora?

-Falté al entrenamiento-dijo la rubia como si no fuera importante-¿Y Gabo?

Francisco suspiró. No podía enojarse con Zoe por preocuparse por su hermano-Está en mi habitación, ¿Por qué no vas con él? Yo ahora les llevo algo para merendar.

La chica solo sonrió y se dio media vuelta para ir a buscar a su mellizo. Lo encontró acostado, con solo los ojos y el cabello sobresaliendo de entre las frazadas. Ella se acercó al otro lado de la cama y se sentó junto al chico, pasando los dedos por el pelo castaño de su hermano. Ignoró la transpiración de las hebras e hizo una mueca al sentir la temperatura en la piel. En ese momento el entrenador entro a la habitación con una bandeja, para encontrar los ojos preocupados de su hija-¿Qué pasa?

Él no es mi hermanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora