Capitulo 11

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Había tardado en quedarme dormida y eso me hace de tener pereza y querer continuar durmiendo un rato más.
Miro la hora, son pasadas las 8:00 a.m.
Me estiro todo lo larga que soy, me dispongo para darle los buenos días al baño, cuando alguien toca la puerta.
Abro y se trata de una de las muchachas del servicio doméstico.

— Buenos días, disculpe que la moleste, le traigo el desayuno. — Miro a la muchacha y le hago un señal para que pase con la bandeja de comida.

Vaya si voy a tener hasta servicio de habitaciones y todo.

Salgo del baño y ya ha desaparecido la muchacha. Me siento a comer el desayuno, en ese momento un pequeño fragmento de mi anterior vida cuando vivía con mi madre  cruza mi mente.
Cuántos días tenía que desayunar sola, golpea mi corazón con amargura.
Le mando un mensaje a Giovanni para que venga acompañarme.
Sigo estando enfadada con él, pero en estos momentos no deseo estar sola.
Lo espero durante unos minutos, hasta que por fin tocan a la puerta.

— Buenos días Merinda, ¿Has dormido bien?

— Buenos días. Pasa, te estoy esperando para desayunar juntos.

— Lo siento yo ya he desayunado. De hecho quería decirte que la próxima vez si no estás antes de las 8:00 a.m. sentada en la mesa, no podrás  desayunar. Son las reglas de la casa y debes respetarla. Aquí te traigo los horarios de las comida para que los tengas en cuenta.

— Muy amable por las molestias. Pero parece que estamos en un cuartel del ejército, no en una casa.

— Cuando estés lista baja para el jardín quiero hablar contigo.

— De acuerdo mi sagerto. Iré nada más termine.

Giovanni se marcha dejándome con las ganas de gritarle y zarandear su cuerpo repitiéndole; «Súbete los pantalones, que no eres un niño».

En fin, hay que entender que la familia es lo importante que tenemos, y de alguna manera, ellos siempre van a estar ahí para lo bueno y lo malo que nos suceda en la vida.

Una vez que estoy lista, bajo hacia el jardín en busca de Giovanni.
Al llegar hasta donde se encuentra él parado al lado de la piscina, me paro en seco, mirándonos sin decir nada.

— Merinda — No sé porqué, pero me da la sensación que está conversación va ser algo incómoda.

— Así me llamas cuando estás molesto por algo. Ve al grano, anda.

— De acuerdo. Pienso que lo mejor que puedes hacer es irte cuanto antes  a España.

— ¿Y tú? ¿Vendrás conmigo? — Clavo mis ojos en él suplicando paciencia. Porque la respuesta ya la sé.

— No, yo no podré ir contigo. Necesito que seas tú quien te vayas primero, de este modo las cosas con mi padre se suavizarán y podremos seguir juntos.

— Da igual si me voy o me quedo. Si no soy aceptada por tú familia, no lo seré ni hoy ni mañana. Ellos se empeñan en crear una mujer que no soy, y tampoco me dan la oportunidad de acercarme a ellos.

— Merinda, yo no quiero divorciarme de tí. Si mi familia no te aceptan, eso no me va impedir que trate de hacer todo lo posible porque nuestro matrimonio funcione.

— No tienes porqué sentirte obligado por haber actuado mal. Todos los errores tienen sus consecuencias, pero hay que saber cómo resolverlos. El mantenerme lejos de tú familia, no es una buena solución.

— Lo sé. Te repito, que haré lo que esté en mis manos para hacerte feliz, tratando de ser un buen esposo, solo dame algo de tiempo para poder solucionar este problema que nos acepta a nosotros. — Sus manos se apoyan en mis hombros, nuestras miradas son tan claras como el cielo, mis ganas por abrazarlo y decirle que lo amo son limitadas.
Necesito estar segura de todo lo que me ha dicho es verdad y podremos llegar a ser un matrimonio como Dios quiere y manda.

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