Capítulo 30

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Estoy muy inquieta, preocupada, histérica aunque trato de tranquilizarme a base de meterme con Giovanni.
Pobrecillo, él está apoyado en la ventana a dos metros de mí escuchando como lo puedo fino filipino por tener tantos dolores.
Mi madre, Dania que ya fue a casa a quitarse el vestido tratan de hablar conmigo diciéndome que es normal todo lo que me está sucediendo.
Normal. Yo no veo normal padecer tantos dolores por Dios, estoy que me muero del dolor. Y encima los médicos me dicen que no dilato.
Qué bonito es tener un hijo, pero si a mí me cuentan por todo lo que debo pasar, me hubiera puesto un tapón para no quedarme embarazada.

Los minutos pasan demasiado lentos, me encuentro tan desesperada que pido a gritos la epidural.
Por supuesto me dice una enfermera que no me pueden poner la epidural debido a que aún no estoy preparada.
Maldita sea, no se supone que la epidural es para aliviar un poco estos dolores que me tienen tan loca como que estoy a punto de trepar por las paredes.
Al fin las contracciones son más seguidas, agarro de la mano al culpable de que yo me vea así gritando e insultando a todo ser viviente.

— Meri, me haces daño en la mano. —Giovanni trata de alejarse de mí. ¡Ay coranzoncito! Con poner la semilla no basta. Si yo estoy muerta del dolor, tú me vas a acompañar.

Sin apartar sus ojos de mí dándome ánimos Giovanni ve nacer a nuestro hijo.
Es un mal trago lo que se pasa y muchos dolores. Sin embargo, la recompensa está en poder verle al fin la carita a mi pequeño.

— Gabriel. — pronuncio el nombre de mi hijo llorando de la emoción.

— Gabrielo— Pronuncia Giovanni besando la cabecita de nuestro hijo.

— Papás, ¿Cómo se llama este pequeñín? — Pregunta la médica.

— Gabrielo. — Responde Giovanni.

— Gabriel. Sin "o" por favor. — Resalto el nombre para llevarle la contraria al padre de la criatura.

— Gabrielo, con "o". — Molesto Giovanni mira a la enfermera. La cual sigue en silencio observándonos.

— Gabriel y se acabó. — Fulmino al tarado de Giovanni mientras se llevan a mi pequeño y terminan de curarme.

Ya en la habitación, toda mi familia pasa para darme la enhorabuena.
Comienzan a echarse fotos con mi hijo. El cual ha nacido sano y fuerte a pesar de querer venir al mundo antes de tiempo.
Según los médicos lo tendrán unos días en la encubadora hasta que coja su peso.

Tras un cristales veo a mi precioso hijo. Es una sensación tan bonita, tan maravillosa el ser madre que no encuentro las palabras suficientes para describir lo que siento.
Giovanni me rodea mi cintura por detrás con cuidado apoyando su barbilla en mi hombro besando mi mejilla mientras susurra pegado a mi oreja lo feliz que se siente al haberle dado un hijo.

— Te amo Meri. Y si, el amor es un sentimiento que ningún lujo ni el mayor tesoro del mundo puede compararse con esta emoción que nació el día que nuestros destinos de cruzaron. Tú eres mi mayor joya, de incalculable valor, una joya preciosa que es muy difícil de conseguir.
Te amo Meri. Déjeme demostrarte lo mucho que me importas dándome la mano para que podamos envejecer juntos.

Me quedo en silencio perdiéndome en la mirada tan dulce y profunda de un hombre que a pesar de tener sus defectos, ha demostrado querer seguir a mi lado, luchar por nuestro amor para así alcanzar la felicidad y uno de nuestros sueños. Formar nuestra familia.
No lo puedo evitar,me nace desde lo más profundo de mi corazón, lo beso despacio, no tengo prisa en querer decirle con un simple beso más de lo que un poeta podría escribir en sus versos.
Sin duda, Giovanni me ha robado el corazón, el aliento,  aumentando las ganas de lanzarme a su pescuezo y decirle: Mierda, hay que esperar la cuarentena para volver a desnudarme delante de él y volver a ser suya.
En fin, ajo y agua. (Ajoderse y aguantarse).

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