45.

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Anónima.

Voy en camino al parque en el que Chase me citó. No lo niego, tengo miedo de lo que pueda suceder... pero a su vez, tengo curiosidad. Es una mezcla muy extraña que logra revolverme el estómago.

Y ahí estaba, a unos metros, con su chaqueta vino tinto que tanto me encantaba como le quedaba. ¡Mierda! Concéntrate.

Me acerqué y le toqué el hombro para llamar su atención. Él giró, con dos helados en sus manos.

— hola. — dijo con una mirada seria pero accesible.

— hola — suspiré — dime, ¿para qué me dijiste que viniera? — interrogué.

Él me extendió uno de los helados que tenía en la mano, ambos eran de vainilla con chispas de chocolate — antes que nada, ten.

Lo tomé sin disgusto, amo esos helados.

Me removí incómoda, seguíamos caminando por el parque sin ningún rumbo mientras comíamos nuestros helados en silencio. Seguía sin comprender a dónde quería llegar él con todo esto.

— ¿por qué lo haces? — dijo de repente.

— ¿hacer el qué?

— escribirme cartas, actuar como si en verdad me idolatraras, luego golpearme en la cabeza y después burlarte. — dijo con un aire de confusión. Su mirada iba perdida en el frente, como esperando mi respuesta, pero no sabía que decir.

— no hay un porqué, hago lo que hago porque siento que debo hacerlo así. Y ya está, no hay ninguna razón en concreto. — mentí. — aunque las cartas sí las hago de corazón, la verdad, me gusta escribirte cartas. Es más fácil que decírtelo a la cara.

Él solo giró los ojos, deteniéndose. Se posicionó frente a mi, su mirada era extraña, parecía buscar algo... y ahí fue cuando sus cejas se curvaron más. Estallando en risas.

Mi cara pasaba de asco hasta extrañeza, él notó eso y, entre risas, puso su mano en mi hombro.

— deja de ilusionarte chiquita, no lograrás nada. Comienza a entender que no eres mi tipo — exclamó con mucha gracia, como si lo que dijera fue el mejor chiste del año.

Mi dignidad estaba siendo arrebatada, me sentía tan... débil. Me sentía tan expuesta a él, a un punto en el que quise solo salir corriendo y llorando de allí, pero sabía que valgo más que eso. Agarré su helado -o lo que quedaba- y el mío y se los embarré en toda la cara y cabello. Le mostré los conos del helado con una sonrisa muy hipócrita y los tiré en el suelo, justo a sus pies.

Me giré y caminé como si nada hubiera sucedido.

Pero la verdad, es que la lágrima que descendía lentamente por mi mejilla no decía lo mismo.

Le marqué a Astrid y a los dos repiques me contestó.

— ¿hola? — dijo su aguda voz.

— fue horrible. — dije con la voz quebradiza.

— voy para allá. — colgó.

Crush [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora