SIETE

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ENAMORADA


Bel se la pasó todo el fin de semana encumbrada en una nube de ideas cursis. Sin embargo, el día lunes por la mañana esa nube descendió abruptamente al suelo.

¿La razón? Chris Sanders no daba señales de vida desde el viernes y Bel comenzaba a preocuparse.

En el primer receso, lo buscó con disimulo, pero no lo encontró recargado contra un árbol o tendido sobre el césped mientras un séquito de admiradoras lo rodeaban como las abejas al polen. Durante la hora de almuerzo, echó furtivas miradas por encima de su hombro esperando verlo ingresar al casino con aquel andar despreocupado, sin embargo, Chris no se apareció allí tampoco ni lo encontró en las canchas de fútbol durante los entrenamientos.

Solo cuando las clases acabaron, Bel barajó la idea de enviarle un mensaje. Escribió, borró y volvió a escribir un montón de mensajes diferentes, pero ninguno terminó de convencerla. Al fin de cuentas, ¿qué podía decirle a Chris Sanders? Habían tenido una supuesta cita, sí, pero no era como si entre ellos existiera alguna especie de relación, ¿verdad?

Al final, guardó el teléfono en su bolsillo y decidió que no lo molestaría con mensajes absurdos. En el fondo, no lo hizo por él, sino por ella. Le daba terror la sola idea de que él no respondiera el mensaje o que, de hacerlo, le dijera que no deseaba saber nada de ella, nunca más.

Para distraerse, y no porque realmente tuviera deseos de estudiar, fue a la biblioteca y se ubicó en su lugar de siempre. Por un momento, sumergida en aquel aburrido silencio, experimentó la sensación de que no pertenecía allí. Pero el asunto duró apenas un segundo porque enseguida recordó que ella seguía siendo Bel Wilson, la nerd de la escuela y que, por ende, ese sitio era el único lugar al que realmente pertenecía.

La noche del viernes, y todo lo que ella entrañaba, no había sido más que un sueño, uno que, por cierto, a cada minuto se tornaba más y más fútil.

Sacó todos los libros de la mochila y los desparramó sobre la mesa. Se disponía a leer uno que había cogido al azar, cuando su celular comenzó a vibrar dentro de su jersey. Temerosa de la reprimenda de la bibliotecaria, lo cogió antes de que a la vibración le siguiera el sonido de llamada entrante y, sin prestar atención al remitente, se lo llevó a la oreja.

— Wilson — la inconfundible voz de Christopher Sanders, acompañada de ese tono premeditadamente desinteresado que solía usar con ella, le hizo experimentar dos emociones distintas. Felicidad, porque finalmente había aparecido, y rabia, porque el muy canalla la había torturado con su ausencia durante casi todo el día.

Motivada por esta segunda emoción es que prescindió de cualquier saludo y se limitó a decir.

— Estoy estudiando.

No obstante, mantuvo el celular pegado a la oreja, incapaz de colgar.

— En la biblioteca, por supuesto — respondió Chris, con humor — Ya sé a dónde debo llamar cuando no quieras contestarme el teléfono.

Bel no estaba de humor para aguantar sus bromas, ni sus repentinas desapariciones. Quería que dejara de una vez ese comportamiento ambivalente y la tomara en serio o probablemente terminaría por volverse loca.

— ¿Qué es lo que quieres? — preguntó, sin molestarse en disimular su enojo.

Chris, o no lo advirtió, o bien decidió pasar su enfado por alto al contestar.

— Solo llamaba para confirmar que sigues en la escuela... — emitió un leve carraspeo antes de agregar — Uno de los choferes de mi papá va a pasar por ti en un rato, ¿vale?

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