EL FATÍDICO COMIENZO DE TODO— Siempre recuerdo a las chicas que beso, ¿sabes? — dijo una voz a su lado, y Bel dio un respingo al comprobar que era ni más ni menos que Chris Sanders quien le hablaba.
No se trataba del actor juvenil de la temporada — aunque perfectamente podría serlo — ni de alguna estrella del deporte — cosa que también podría ser — sino que era a grandes rasgos el chico más guapo de la escuela. Su metro ochenta y algo de humanidad era pura perfección, la más cruel de las perfecciones teniendo en cuenta que no dejaba a casi nadie acercarse a su exclusivo círculo.
Pero ahí estaba, parado junto a Bel, una chica normal que rayaba en lo sumamente común, mientras llenaba de ketchup un suculento hotdog y le dirigía a ella una de sus mortales miradas.
Bel tembló de pies a cabeza.
— Disculpa, ¿me hablas a mí? — preguntó evitando mirar en dirección a aquellos ojos azules como dos trozos de cielo. Podía ser idea suya, pero estaba casi segura de que el casino completo se había quedado en un silencio sepulcral.
— Sí, a menos que creas que le hablo al hotdog — bromeó él.
Bel evitó mirarlo, pero de haberlo hecho se habría topado con una de esas muecas autosuficientes que él solía mostrar a los demás.
También desechó la opción de huir, aunque la idea la tentó una fracción de segundo.
— Oye — la llamó Chris de nuevo.
Bel carraspeó para aclarar su garganta.
— No te conozco — dijo y enseguida su voz se apagó.
— ¿No? Pero si tú misma dijiste que nos besamos — repuso él, medio divertido.
Bel dejó escapar un gemido.
La cosa se estaba poniendo color de hormiga. Y no solo porque él estuviera allí enfrentándola, sino porque él estaba allí enfrentándola precisamente porque una de sus mejores amigas le había ido con el chisme del beso de año nuevo.
— Lo malo es que yo no lo recuerdo — agregó él.
Bel emitió otro gemido, esta vez mucho más lastimero. Al echar un fugaz vistazo al reloj adosado a la pared, advirtió que el tiempo era como una densa capa suspendida en el aire. Habían pasado cinco minutos, pero a ella esos minutos le significaron horas. Por favor, que alguien la liberara de ese tormento.
Chris atrajo su atención con un exagerado carraspeo. Finalmente, Bel resolvió levantar la vista de la fría y húmeda lasaña que yacía compacta dentro de la cajita de plástico.
La aguardaban unos impacientes ojos azules. A veces, dependiendo de la luz, aquellos ojos eran del color del mar en una playa paradisiaca. A veces, eran mucho más oscuros, como ahora, que se acercaban peligrosamente al turbulento azul de un mar en día de tormenta.
— Es un mal entendido — dijo, o suplicó. A esas alturas la diferencia era ínfima — Te lo explicaré todo luego. Ahora por favor deja que me vaya.
Chris pareció pensárselo un momento. Adoptó una pose reflexiva, pero probablemente fue solo para inquietarla más, porque no tardó ni medio segundo en decidir que la dejaría libre. Entonces ella salió disparada de lejos de allí.
Antes de abandonar el casino por la enorme puerta de vidrio, oyó la voz de Chris, amplificada por el silencio conferido por el público espectador.
— Al menos beso bien, ¿no?
El fatídico encuentro, acompañado de aquella igualmente fatídica frase final, le arrebató el poco apetito que tenía.
Arrojó al tacho de basura la lasaña y ni se lamentó de la densa capa de queso que quedó en la cajita de plástico. En otro momento, cuestiones simples como una buena cantidad de queso en una lasaña le habrían hecho inmensamente feliz. Pero aquellos tiempos habían terminado para siempre.

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PORQUE SÍ
Novela JuvenilEl mundo acababa de volverse loco. Christopher Sanders, el chico más popular de la escuela, estaba de pronto muy interesado en la solitaria y estudiosa Bel Wilson. Y ella no comprendía la razón. - ¿Por qué lo haces? - Porque sí. No, Christopher S...