CUATRO

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Bel se miró varias veces sin reconocer el reflejo que le daba el espejo. La chica del espejo llevaba un vestido negro que se ajustaba perfectamente a su cintura estrecha. El cabello largo le caía sobre la espalda, con algunos mechones sobre los hombros, y las gafas cuadradas habían sido reemplazadas por unos lentes de contacto, de modo que los ojos verdes lucían en todo su esplendor, exaltados por un poco de mascara para pestañas y un sutil sombreado sobre los parpados. Los labios llevaban la medida justa de labial, lo que conseguía darles un efecto apetecible, y las piernas, Bel nunca había querido mostrarlas, pero la chica del espejo tenía unas piernas que se veían muy largas con aquellos zapatos de al menos ocho centímetros de altura. Lo cierto era que no había nada que le recordara a la nerd en aquella chica del espejo.

—Te ves hermosa —le dijo su madre, sosteniéndola tiernamente de los hombros. Bel sonrió y la chica del espejo también lo hizo, imitando sus gestos a la perfección. ¿De verdad ella y la chica del espejo eran la misma persona? La sonrisa se amplió cuando pensó que con aquel aspecto hasta Christopher Sanders podría mirarla y creer que no se trataba de la nerd siempre tan aburrida y poco atractiva. La sola idea de ser captada por aquellos ojos azules le puso la piel de gallina.

Los dedos de su madre resbalaron por su cabello largo.

—Deberías acostumbrarte a llevarlo suelto —le sugirió. Bel llevaba años usando el mismo peinado. Una trenza apretada que hacía lucir su cabello opaco y sin vida. 

—Tal vez lo haga —respondió, pero no lo tenía considerado en realidad. A ella le gustaba su vida anónima. Vestir de ese modo ni siquiera había sido idea suya, sino de sus tres mejores amigas. Ella habría optado por algo mucho más discreto, pero ellas insistieron en que debía lucirse en su primera fiesta. Bel resolvió darles en el gusto solo porque no esperaba volver a hacer una locura como esa nunca más.

Cuando el reloj marcó las diez, Ina llamó a su teléfono para decirle que la esperaba abajo. Una vez en el coche, Bel experimentó el primer atisbo de arrepentimiento de la noche.

...

La clase estaba particularmente aburrida esa tarde. Además, hacía calor, algo raro dada la época del año; los rayos de sol atravesaban las ventanas y se fundían y condensaban sobre los cuerpos de los estudiantes. Chris estaba recargado contra la silla, los primeros botones de la camisa abiertos, y se abanicaba el rostro con una carpeta. Los demás hacían lo propio para capear el calor: sorbos abundantes de agua en botella, abanicos improvisados con cuadernos u hojas de papel, y paseos en turnos a los lavabos para refrescar el cabello y las extremidades. La maestra apenas tenía energías para reprender los murmullos y los paseítos.

En aquel escenario letárgico, el sonido de un mensaje entrante no logró advertir a nadie en el salón. Chris sacó el teléfono de su bolsillo y lo revisó discretamente. No identificó el número de teléfono del remitente, pero sí la fotografía que acompañaba el perfil. Una chica rubia sonreía seductoramente y hacía un giño a la cámara. Él rodó los ojos. No le gustaban esas chicas. Su vínculo con ellas era casi forzado. La gente esperaba que el popular se rodeara de ese tipo de chicas.

—No me conoces, pero hay un rumor dando vuelta acerca de ti. Dicen que te besaste con Bel Wilson. ¿Es cierto?

Frunció el ceño. Esa chica sí que era tonta. Podía reconocerla en la fotografía como la rubia que siempre estaba con Bel y la defendía de los potenciales hostigadores de nerds.

—Sé que eres tú, Harper. Puedo ver la foto de tu perfil.

—Mierda...

Y la chica simplemente se desconectó. Su fotografía desapareció al poco rato, de modo que él dedujo que lo había bloqueado. Un poco tarde, seguro. Ya había jodido a su querida amiga nerd.

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