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Cuando tenía ocho años, me toco ver de primera mano la injusticia que regia el mundo. Habíamos salido de un restaurante al cual un amigo de papá le habían recomendado. La comida había estado tan deliciosa que me pedí un segundo plato, y el camarero al final de terminar me había regalado una paleta y una bonita sonrisa. Recuerdo haberlo mirado con ojos de enamorada, porque bueno, en ese entonces un detalle tan tierno era algo que me tocaba el corazón. Mis padres habían estado tan ensimismados en ellos,  lanzarse miradas —nada disimuladas— durante toda la cena que no se habían percatado del pequeño momento, y que a su pequeña hija de cuatro años había sufrido su primer flechazo. Mi padre me llevaba llevaba en un brazo de camino al auto y en la otra mano sostenía la mano de mamá. Como siempre, sin perder la oportunidad de tocarla en cada pequeño momento. En la actualidad, también recuerdo siempre haber envidiado eso, haber deseado que cuando fuera mayor pudiera encontrar un amor como el que tenían ellos.

Estábamos a punto de llegar al auto cuando se escucho un golpe a un lado del callejón del restaurante, mi padre se había tensado y antes de poder ver que estaba pasando me había girado y tapado los ojos. Confundida, mi padre le había dicho a mamá que subiera al auto. Mamá había abierto la puerta trasera para que mi padre pudiera dejarme ahí, y cuando estuve sentada en la seguridad de los asientos de piel pude ver un destello del callejón. Dentro de el se encontraba el camarero que minutos antes me había dado la paleta. Su rostro ya no contenía esa bonita sonrisa, en cambio, su expresión reflejaba miedo. Una de sus cejas tenía un corte, la mejilla estaba hinchada y por una esquina de su boca un hilo de sangre escurría a su barbilla. Antes de poder ver más mi papá había cerrado la puerta del auto bloqueando mi vista. 

Estaba tan asustada en ese momento, y cuando papá había entrado al coche le grite con voz temblorosa que debería ir ayudarlo. Mi padre solo habría apretado los labios y negado con la cabeza. "No nos metemos en la vida de los demás Adele."  

Todo el camino de regreso a casa había estado envuelto en un silencio absoluto. Estaba muy enojada con mi papá, no podía creer que había visto aquello y no hubiera hecho nada. En ese momento creo que perdí un poco de respeto por él, y años después lo comprendí. 

Las personas preferían ser ciegas, si veían algo que ponía en peligro su estabilidad se alejaban. Era algo completamente egoísta, y aún así las personas caminaban sin ver alrededor, enfocándose en ellos mismos ignorando todo lo demás.

Mientras miraba a Blake leer el párrafo que le había dado para repasar los puntos que necesitaba estudiar, volvía a repetir esta historia en mi cabeza, porque, él fue una persona ciega más del montón. Cuando había sucedido aquello había corrido tan rápido que ni siquiera me dio tiempo para procesarlo. Huyo. Sin importarle como me fuese a sentir. Ahora aquí, volvía simplemente por algo que le convenía. Por una calificación para seguir jugando, sin importarle realmente como eso me haría sentir, entonces si, tal vez era una persona resentida pero ¿cómo reprimir todos estos sentimientos?

Sacudí la cabeza, como si con esa simple acción pudiera sacarme esos pensamientos. Era estúpido que me siguiera sintiendo así después de tantos años. Debía seguir adelante. 

Porque nadie me sacaría de este bucle que haba construido si no era yo misma.

—Adele —llamo Blake, su ceño se encontraba fruncido como si hubiera estado escuchando mis pensamientos. 

—¿Qué sucede?

—Ya termine —acerco el cuaderno a mi mano y lo tome.

—Genial. Recuerda mandarme mensaje para no tener que hacer algo ese día.

Me levante de la silla y comencé a guardar todas las cosas, sentía la mirada de Blake en mi como en las dos horas que habíamos estado en la cocina estudiando y pensaba que no lo miraba. Le había hablado lo necesario para explicarle, pero no más. 

Un capítulo másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora