Capítulo 2: Sobre la tranquila vida en Denver

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La alarma sobre la mesa no dejaba de sonar, me giré y la apagué de muy mala gana. No quería levantarme temprano en sábado, odiaba despertar temprano los fines de semana. Era mi segundo sábado de vacaciones y yo estaba despierta a las siete de la mañana. Horror absoluto. Ese día acompañaríamos a papá en una de sus reuniones y teníamos que estar listos a las nueve de la mañana. El calor era insoportable en Denver y al abrir las ventanas supe que no sería sencillo sobrevivir al clima. No había ni una sola nube en el cielo, el sol brillaba radiante por encima de nuestras cabezas y los pájaros cantaban felices.

Podía decir que había cambiado mucho en los últimos cinco años, mientras me contemplaba seriamente al espejo después de haber tomado una ducha. Mi cabello castaño obscuro, ya me llegaba a media espalda, la gente solía decir que mis labios parecían dibujados, eran curveados, rellenos y casi perfectos, mi piel estaba fantasmalmente pálida sin importar cuánto tiempo pasara en el sol, algo que yo había llegado a aceptar y a amar conforme los años pasaron y mis ojos azules eran bastante grandes a comparación del promedio y no tenía las mejores cejas del mundo. Cómo arreglarlas era lo único que no había logrado averiguar, eran un poco espesas para mi rostro aunque, por suerte para mí, no se volvían una sola entre mis ojos. Alguien tocó a la puerta del baño y segundos después Derek asomó su cabeza.

Derek es menor que yo por apenas un par de segundos, somos exactamente iguales, con excepción de la altura. Él usa su cabello siempre en un peinado casualmente despeinado y las cejas espesas no son un problema para él porque es normal que los chicos tengan más cabello por todas partes. Algo asqueroso. Había un poco de ansiedad en su mirada cuando lo miré con atención. Yo estaba terminando de planchar mi cabello y él estaba buscando su desodorante entre los cajones.

-¿Tienes alguna idea de lo que papá y mamá están ocultando? -me preguntó mientras agitaba la botella.

-¿Por qué habría de saber algo? -le pregunté estirando mi cabello con calma.

-Generalmente eres la hija a la que le cuentan todo -me reí y él sonrió.

-Tal vez te dirían más cosas si fueras un poco más paciente.

-Tal vez tengas razón -dijo él. El aroma de su desodorante inundó la habitación, fruncí el ceño y moví la mano tratando de apartar la nube de perfume-. No seas exagerada.

-Detesto apestar a niño -le dije dándole un empujón-. Ya es bastante malo tener que soportarte en casa.

Mi relación con mi hermano era muy buena, éramos los mejores amigos y hacíamos un buen equipo. No nos gustaban las mismas cosas, pese a lo que todas las personas suponían. Él era el chico deportista y yo era la chica del coro, él era fanático de los autos y a mí me gustaba ir de compras. Derek era el clásico chico atractivo de la preparatoria y yo era la chica que platicaba con la mayoría pero que rara vez asistía a las fiestas que el equipo de mi hermano organizaba cada sábado. Yo prefería quedarme en casa a ver una película mientras que él tenía una cita con una chica diferente cada quince días aproximadamente. La única cosa que parecíamos tener en común era la música.

Éramos raros en ese sentido, nos gustaban las bandas que nuestros padres escuchaban a nuestra edad y nos gustaba la música de nuestra generación, al menos casi toda. Él sabía tocar la guitarra y yo sabía tocar el piano, habíamos tomado clases desde muy pequeños y los conciertos eran nuestro pasatiempo favorito. Habíamos ido a tantos, que la caja de zapatos donde guardábamos nuestros boletos de recuerdo estaba casi llena.

Cuando bajamos las escaleras, encontramos a nuestros padres haciendo el desayuno, nada elegante ni ambicioso, solamente un poco de cereal, fruta y café. Nos sentamos juntos a desayunar, era una regla, la única regla que debía cumplirse a como diera lugar (además de la que prohibía terminantemente el uso de los celulares en los horarios familiares).

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