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» tres años después «
—Venga, seguro que será divertido —suplicaba Tom mientras daba saltitos a mi lado, intentando seguirme el ritmo mientras caminábamos por los pasillos del instituto —además, te saltas la última hora de la tarde.
—Creo que me conoces lo suficiente para saber que el teatro no es mi fuerte —respondía suspirando mientras miraba al frente, como tantas veces lo había hecho ese día.
No es que molestase que un chico bastante canijo, delgaducho y desgarbado me siguiera allá donde fuera; es más, tener algo de compañía entre clase y clase nunca venía mal. Lo que de verdad me irritaba era las veces que podía llegar a repetir lo mismo en un solo día. Era increíble.
—Pero, Evelyn, ya sabes que probar nunca es malo...
—Esto... tengo clase de historia, nos vemos luego —tercié interrumpiéndolo, aprovechando que ya sonaba la campana, mientras me alejaba corriendo pasillo adentro. Él se quedó quieto con el ceño fruncido, seguramente preguntándose desde cuando he tenido tanta prisa por asistir a clase de historia.
La clase transcurrió como siempre: el profesor explicando cultura griega y yo garabateando tranquilamente en mi cuaderno. Lo malo de cuando sufres trastorno de hiperactividad con déficit de atención —THDA— es que te enteras de absolutamente todo lo que ocurre a tu alrededor menos de lo que el profesor explica.
Después de lo que a mí me pareció más de una hora, volvió a sonar el timbre anunciando el fin de la clase. Entonces comenzó el revuelo habitual: la gente recogía sus cosas impacientes por marcharse, mientras intercambian conversaciones con sus amigos, y algunos se acercaban al profesor a preguntarle alguna duda. Yo me limité a recoger todo y dirigirme a la salida con la cabeza gacha, intentando hacer sitio entre los alumnos que obstruían la entrada.
Pero, para mi sorpresa, eso no fue necesario. Conforme avanzaba, podía sentir como miles de miradas se clavaban en mí, y no por la mejor causa posible. Cometí el error de levantar la vista y confirmar mis suposiciones, cientos de alumnos mirándome como un chicle pegado a la suela de un zapato. Incluso se apartaban para dejarme pasar, que en circunstancias normales me habría venido de perlas.
Y entonces el lector le preguntará ¿qué carajo les pasa a todos? Está bien, ahora me explico...
Tres días atrás, tuve la desgracia de coincidir en el baño con Kate Andrews. Sí, esa zorra por la que todos los chicos de mi curso están continuamente babeando. La cuestión es que hizo unos cuantos comentarios no apropiados... y le tocó arrepentirse.
Para no andarme con rodeos e ir al grano: le di un puñetazo, hice nevar en el baño y la mandaron al hospital. Fin de la historia. Y créeme, suena mucho peor de lo que parece.