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—Pero... ¿Ella está aquí? ¿Está viva? —volví a preguntar escudriñándole con mis ojos claros.
Se revolvió incómodo en el sofá, para después chasquear la lengua con desagrado.
—Sí, se supone...— fueron las débiles palabras que salieron de la boca de mi padre.
—Entonces, ¿por qué nunca ha venido a visitarme? ¿Sabe que existo? —insistí con la energía interminable de una niña de doce años cualquiera.
Esta vez no hubo siquiera respuesta. Se pasó la mano por la cara, bastante alterado.
Igualmente, en ese momento parecía no darme cuenta.
—¡Oh! —solté un grito ahogado de repente —os...¿peleasteis?
Me miró con curiosidad. Quizá quería que continuase. Igualmente, lo hice de todas formas.
—¿Mamá te odia y por eso ya no se pasa por aquí? —persistí mientras daba pequeños saltitos en el sitio— ¿es eso?
—Evelyn, no... —dejó inacabada la frase para dejar que tímidas lágrimas rodasen por sus mejillas. Tampoco me percaté de eso; seguía obstinada en mi mundo. Necesitaba obtener respuestas más que otra cosa.
—Venga, ¿en serio que no puedes decirme nada? —añadí con decepción. Él respondió negando con la cabeza mientras las manos le cubrían el rostro.
—Ni siquiera... ¿su nombre? —tercié con tristeza. Levantó la cabeza por un momento, y pude observar sus ojos rojos e hinchados cubiertos de lágrimas. Entonces fue cuando por fin logré comprender el daño que le provocaba a mi padre con esas preguntas. Me sentí estúpida y egoísta por no haberlo hecho antes.
Por un momento, abrió la boca, con ánimo de responder; y a mí se me iluminó la cara.
—Joseph... —le cortó una voz desde el pasillo.
Amanda entró a la habitación, y como si hubiera estado escuchando toda la conversación (cosa que obviamente había hecho), se sentó en el sofá con él para susurrarle algo al oído.
Papá me dijo una vez que no dijera palabrotas, pero... para describir a Amanda necesitaré unas cuantas. Se casó con mi padre hace unos dos años, y sigue siendo igual de hija de perra que entonces.
Papá asintió débilmente para luego retirarse de la habitación con la cabeza gacha. Ella me escudriñó con esos asquerosos ojos verdes, que entonces los identificaba con los de una bruja malvada; de esas con escoba y verruga. Desde que apareció en mi vida, supe que no estaba ahí porque amara a mi padre y punto. Estaba ahí para hacer que la existencia de Evelyn Grayson fuera un auténtico infierno. Y no exagero.