ix. CAPÍTULO CUATRO, PARTE DOS.

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CHAMELEON.
Capítulo cuatro, parte dos.

Capítulo cuatro, parte dos

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Antes de todo.

Lo primero que se me pasó por la cabeza fue ir a ver a Polo a su casa. Me resultó raro verla de día y con la vista completamente funcional. Me reí yo sola al pensar en lo bien que me lo pasé en la fiesta roja a pesar de todo y cuando me abrió la ayudante de las madres de Polo, le dediqué una amable sonrisa que imitó.

—Hola, buenos días —murmuré—. Vengo a ver a Polo.

—El señorito está ahora recibiendo otra visita —me informó, con las manos entrelazadas por delante—, aunque puede esperar fuera de su habitación si así lo desea.

Asentí. ¿Quién había ido a ver a Polo?

Me acompañó hasta la habitación cerrada, de la que se escuchaban voces internas. Esperé pacientemente, viendo los cuadros que decoraban los pasillos y en los que antes no me había fijado. Eché entonces un vistazo a mi reloj y solté aire. Había quedado con mi tía para tomar café en un par de horas, y mi intención era quedarme un rato largo con Polo para asegurarme de que estaba bien, así que con todo el pesar del mundo por molestarlo, llamé a su puerta y giré el pomo con cuidado, para luego entrar a la habitación que ya había visto la noche de la fiesta.

Para mi sorpresa, Cayetana estaba sentada al final de la cama de Polo, con un tupperware entre sus manos, lleno de sopa.

Polo me miró y sonrió levemente, y Cayetana se levantó rápidamente de donde estaba.

—Bueno, yo me iba ya —dijo, nerviosa—, nos vemos en clase, ¿vale?

Pasó por mi lado y arrugó los ojos, sonriendo.

—Adiós, Em —murmuró, y se fue, cerrando la puerta tras ella.

Alcé una ceja en dirección a Polo y él seguía mirándome.

—Te has vuelto todo un playboy —bromeé, y soltó una risa suave.

Me senté a su lado y lo miré a los ojos, negando.

—No entiendo cómo pudiste haber pensado en esa solución —notaba que mis ojos ardían y apreté los labios para no llorar—, ¿sabes? Nunca es la solución.

—Emilia...

—No. Déjame hablar —mi voz se rompió a mitad de la frase—. Puedes tener todos los problemas del mundo, puedes estar deseando que todo acabe, yo qué sé... puedes incluso estar pasándolo tan mal que hayas perdido peso o lo que sea, pero, todo... se acaba arreglando a la larga —sorbí con la nariz y volví a apretar los labios—. Me dio un ataque al corazón cuando Cayetana lo dijo por teléfono. Pensé que habías muerto, porque decía que no respirabas.

Él se limitó a poner su mano sobre la mía.

—Em... —comenzó, y se incorporó en la cama para abrazarme.

𝐂𝐇𝐀𝐌𝐄𝐋𝐄𝐎𝐍 | ÉLITEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora