Los pinchos se retiraron y el bicho cayó encima de ella, muerto.
—¡¡No, Ulfrine, no!! —gritó el otro atacante con la nariz rota, quien había contemplado la escena al detalle
—¿Qué acaba de...? —dijo, logrando apartarlo a un lado e incorporarse
Sentada, pudo ver como de su pecho, efectivamente, había salido una bola luminosa. Era una especie de roca esférica brillante, con múltiples pinchos largos saliendo y entrando de ella, y unas roquitas pequeñas girando alrededor, orbitando la esfera.
—Es... es... —intentó terminar, sin poder creérselo
—¡¿Por qué es orbitana?! ¡Naszim no nos dijo nada de que era una orbitana! ¡Joder, Ulfrine! —exclamó entre gritos de desesperación antes de huir despavorido, dejando los cadáveres de sus dos compañeros detrás
Pero la joven ni se enteró. Ella, una simple aprendiz de herrera, una joven de 18 años, casi 19... una orbitana...
—No, no, no, no, no...
Perdió la cuenta de las veces que repitió "no".
—No puede ser, no puede ser, es imposible, no, no... —comenzaba a decir, sollozando, casi llorando.
Lo era. En su pecho. Ahora en su mano. Ahora en su otra mano. Lo podía mover. Lo podía manejar. Estaba ahí. Girando. Daba vueltas. Era un orbe. Un maldito orbe. Era una orbitana. ¡Ella! ¡Una orbitana!
—Vale, vale, tranquila... —trató de calmarse, pero resultaba imposible— Es un orbe, sí. Vale. ¿Y qué?
«"¿Y qué?"», se preguntó. No podía engañarse. «¡Tengo un orbe! ¡Soy una orbitana, maldita sea!». Por momentos se asemejó a su maestro con la cantidad de maldiciones que llegó a soltar por minuto mientras golpeaba el suelo. Lo veía todo perdido. Estaba acabada. Su carrera, su futuro, su vida entera. Todo había llegado a su fin.
Rompió a llorar amargamente cuando superó el estado de shock. No fue hasta que no le quedaron más lágrimas, ya pasado un rato, que empezó a usar la cabeza: el orbe ya no estaba.
«Vale, igual me lo he imaginado. Sí, es eso». Entonces miró de nuevo el cadáver del licántropo, quien había mantenido su forma. Estaba lleno de agujeros. «No, joder, no. ¡Eso lo ha hecho el orbe!». No sabía si creérselo.
A modo de prueba definitiva, trató de volver a sacarlo, en vano. El orbe no salía. Sin embargo, el hombre lobo hecho un colador seguía ahí. «¡Qué demonios! ¿Un hombre lobo?», reaccionó, al fin. «¡¿Me acaba de atacar un hombre lobo?! ¿No eran una simple leyenda, un mito para acongojar a los críos?».
De pronto, el muerto comenzó a recuperar su forma normal. Sus músculos se encogieron de vuelta, el pelo retrocedió y su rostro recuperó su apariencia humana. Los agujeros, sin embargo, no desaparecieron.
Una tenue luz azul comenzó a brillar desde el pecho del hombre, ya no lobo. De ella emergió una bola oscura de pelo que iluminó ligeramente el perímetro. Alrededor de la esfera peluda giraban cuatro bolitas: una negra, una blanca, y dos híbridas. «¿Otro orbe? ¿Eso son las fases lunares? ¿Qué?». No tuvo tiempo de fijarse más. El orbe se desintegró en una explosión de luz.
La artesana cayó sobre sus rodillas. No entendía nada. ¿Se acababa de enfrentar a un orbitán? ¿Uno que era, además, hombre lobo? ¿Y ella también tenía un orbe? ¿Uno que sacaba clavos gigantescos del suelo?
«Cállate ya, cabeza. Hay que llevarle el carbón a Samis», terminó diciéndose a sí misma. Recogió su espada del suelo, colocó todo el carbón que se había caído de nuevo en la carreta, saqueó todo el metal que llevaban los asaltantes y reanudó su camino de vuelta.
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Los Orbitanes de Zodnia
Fantasyʟᴀ ᴍᴜᴇʀᴛᴇ ꜱᴇ ᴀʙᴀʟᴀɴᴢᴀ ꜱᴏʙʀᴇ ᴇʟʟᴀꜱ: ꜱᴏʙʀᴇ ᴇꜱᴘɪɴᴀ, ɢᴜᴇʀʀᴀ ʏ ᴄᴀɴᴄɪÓɴ, ꜱᴏʙʀᴇ ᴍᴇɴᴛᴇ, ᴘᴀʟᴀʙʀᴀ ʏ ꜱᴏᴍʙʀᴀ, ꜱᴏʙʀᴇ ʜɪᴇʀʀᴏ, ᴄᴀᴏꜱ ʏ ᴇᴍᴏᴄɪÓɴ. ʏ ᴛᴏᴅᴀᴠÍᴀ ᴇʟʟᴀꜱ ᴅᴀɴᴢᴀɴ. ɴᴏ ᴇꜱ ᴘᴏʀQᴜᴇ ʜᴀʏᴀ ᴇʟᴇᴄᴄɪÓɴ, ᴘᴜᴇꜱ ᴠɪʟᴇᴢᴀ ʏ ꜱᴇᴄʀᴇᴛᴏ ᴅᴇꜱᴘʟᴀᴢᴀɴ ʟᴏꜱ ʜɪʟᴏꜱ ᴅᴇ ᴛᴏᴅᴀ ʟᴀ ʀᴀᴢÓɴ. ɴᴀᴛᴜʀᴀʟᴇᴢ...