IX - Tribulación

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Blizaria puso los pies en tierra. Se arrancó la flecha salvajemente y, aún sin poder mover el brazo, corrió hacia Krassher para comprobar que estuviese bien. La herrera se estaba retorciendo en el suelo del dolor. Sin ningún miramiento, Blizy apoyó las piernas sobre las suyas para que no las moviese y le quitó la flecha de golpe.

Enseguida se dio la vuelta para examinar también a Set, pero este estaba jugando con el trozo de la cabeza de la mafiosa junto al pequeño felino, como si nada. La agarró del pelo, la levantó con esfuerzo y se la enseñó a Bliz, como queriéndosela ofrecer. El animalillo se le subió al hombro de nuevo. Visto de cerca, este era de tonos azules cambiantes pero translúcidos: se podía ver a través de su cuerpo. No parecía un ser de carne y hueso.

Ignorando este detalle, la pianista apartó la cabeza decapitada con brusquedad, rechazando su inocente pero macabro gesto, y agarró al pequeño por el hombro, agachada a su altura.

—¿Estás bien, Set?

—Chi —respondió, sonriendo—. Pero ella no —continuó, cambiando su expresión a algo más triste, mientras señalaba con el dedo a la mafiosa—. Y ella tampoco —apuntó hacia Krasy—. Y tu brazo tampoco —indicó.

Blizaria soltó un fuerte suspiro de alivio. La altísima tensión que se había instalado en su cuerpo acababa de abandonarla por la puerta de sus labios.

«Misión cumplida», pensó, ya destensada.

Entonces, volvió a darse media vuelta, se dirigió hacia su sufriente amiga, extendió el piano virtual con la mano izquierda y tocó una corta melodía de hielo que alivió el fuerte dolor de Krassher, a pesar de no afectar directamente a la gravedad de su herida.

La herrera miró a su amiga a los ojos. Esperaba encontrarse con su habitual mirada de amistosa compasión, pero en su lugar se encontró con una expresión dura como el acero.

—Levántate —le ordenó con brusquedad.

—Blizy, lo siento, de verdad —trató de disculparse, percatándose de su enfado, mientras se intentaba incorporar.

—Ni lo siento ni leches. Por tu culpa casi os matan a los dos.

—Es sólo que... me ha parecido ver a... —titubeó tambaleándose

—¡Krassher! —la interrumpió con un grito— ¡Un error! ¡Un solo error, Krassher, y estás muerta! ¡Un error y te matan! ¡A ti y tus compañeros! ¡Tal vez, por ese error, sólo por ese mísero error, mates a quienes quieres! ¡Y la culpa es tuya! ¡¿Entiendes lo que te estoy diciendo?! ¡No tienes excusa alguna!

Krasy bajó la mirada y no respondió. La bronca le sentó como una puñalada en el corazón. Set, sin decir nada, se colocó bajo el brazo de Krasy, tratando de ayudarla a mantenerse en pie. El felino, montado sobre la cabeza del pequeñín, tan solo la miraba con curiosidad. Tal y como lo hacía el dueño.

Blizy dejó que Krassher la agarrase con el otro brazo, desplegó el piano virtual de nuevo y tocó los acordes de velocidad. Temía que hubiese cómplices de los mafiosos cerca, pero en su estado poco más podían hacer.

—Volvamos a Fedryg —anunció mientras empezaba a caminar

—¿Qué es Fedryg? —preguntó Set

—Ah, sí, Set, vamos a llevarte a un lugar donde no te harán daño, ¿vale? Quédate con nosotras, te vamos a cuidar. Estarás bien —le explicó con forzada dulzura.

—¡Bieeen! —exclamó con una felicidad infantil adorable— ¿Podremos jugar juntos, Réquiem?

—Podrás jugar con mucha gente, tranquilo. Y, porfa, llámame Blizaria.

Los Orbitanes de ZodniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora