Capítulo XI

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Fines de febrero de 1940.

"La guerra de broma" o "la guerra falsa", así la llamaban los franceses.

Y es que los meses pasaban y nadie atacaba, ni nuestras tropas y tampoco las francesas, a pesar de que ambos países estaban obligados a asistir a Polonia —que había sido invadida por los nazis meses atrás—.

—Creo que no hay guerra, creo que Alemania se conformó con obtener Polonia— comentó Harrison mientras armaba su bolso al igual que los demás.

Nos habían dado algunos días libres para que visitáramos a nuestras familias; ya habíamos salido en tres ocasiones desde que nos enlistamos. En esas salidas visité a mi padre y a Mike junto a Andrew ya que solo eran dos días como mucho y él no podía ir al campo, incluso pasamos la fiestas juntos.
Pero esta vez como nos darían una semana completa decidí acompañarlo hasta su hogar, obviamente no le conté de esto a papá en las cartas que le enviaba porque sabía que se enojaría conmigo por no ir a visitarlo en mis días libres.

—Yo creo que los alemanes harán algo, no creo que se conformen sólo con la invasión de Polonia— agregó el rubio; de reojo observé como el de cejas gruesas rodaba los ojos.

Y es que a Harrison no le agradaba Andrew, mejor dicho hace meses que se había desatado una especie de competencia entre ellos dos —aunque creo con fervor que ésta fue iniciada por el de cejas gruesas y no por parte del rubio—. Pero sí, competían en todo, en los entrenamientos, en las discusiones, ¡en todo!. Pero para desgracia de Harrison era Andrew el que siempre ganaba, él era bueno en todo.

—¿Ya estás listo?— me preguntó el rubio cuando colocó la tira de su bolso en su hombro. Imité su acto cuando terminé de colocar mi última camisa.

—Estoy listo— le sonreí.

Me giré y observé que Harrison nos miraba con algo de recelo sentado desde su cama.

—¿Se van juntos?— nos preguntó.

—Sí...Uhm...No— respondí finalmente —Yo iré a mi casa y Andrew a la suya— mentí.

Harrison le dedicó una sonrisa divertida al rubio.

—¿Extrañas a tus gallinas, Williams?— le preguntó con sorna.

—Sí, las extraño, ¿qué tiene de malo?— le respondió con molestia.

Harrison no contestó sino que comenzó a reírse de él.
Observé como el rubio empuñó una de sus manos, me sorprendí al ver aquello. Y es que el rubio era muy pacífico, nunca había reaccionado a alguna de las tantas burlas de Harrison pero creo que su paciencia había llegado al límite.

El rubio se acercó hacia donde estaba el de cejas gruesas pero antes de que pudiese increparlo me coloqué en su camino.

—Vamos, Andrew— le susurré mirándolo a los ojos.
En ese momento pude ver como los suyos se volvieron tranquilos, serenos a comparación de como se encontraban hace instantes.

Asintió levemente para luego darme la espalda y comenzar a caminar hacia la salida sin despedirse de nadie; sabía que aún estaba molesto.

—Adiós, ¡¿no?!— le exclamó Harrison, yo giré mi rostro y le dediqué una mirada bastante furiosa. Él sólo se rió.

—¿Puedes dejar de molestarlo?— le pedí y no amablemente como las otras veces.

Chasqueó la lengua.

—Sólo estoy bromeando, si no fuese tan serio se reiría.

—Tú solo quieres provocarlo. Y un día lo lograrás, George. Y no sé si eso sea bueno.

Soldier : Un amor clandestino ●●McLennon●●Donde viven las historias. Descúbrelo ahora