Verdad

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—Michael, ¿estamos muertos?

Un estruendoso sonido que sentía me explotaría los tímpanos me obligo a soltarle para taparme los oídos. La habitación se había teñido de negro y el tiempo se había detenido, siendo los únicos que podíamos movernos, Michael y yo. Ante mis ojos no tardó en aparecer el aviso de "Error".

—Ah~—canturreo con pesar el contrario mientras renegaba con un leve movimiento de cabeza.

Por la conmoción del momento, me puse en cuclillas y cerré los ojos, rezando internamente porque el molesto sonido se detuviese.

Tras varios segundos de retorcerme de dolor, el ruido se cesó, lo cual comprobé al destaparme los oídos, siendo esta vez el sonido palpitante el que tomo protagonismos, abrí los ojos lentamente para corroborar lo que ya sabía, había regresado a la misma habitación del principio.

Temblorosa me levante del suelo, por su parte Michael estaba de espaldas embelesado en observar el mundo tras la ventana, aunque para mí era doloroso por la potente iluminación que me nublaba observar.

—¿Lo escuchas?

—¡¿Vas a responderme?! —la paciencia ya no era una de mis facultades.

—Ah ~ ese sonido es el claro significado que aun sigues viva—se giró a verme, con su calmada expresión y su torpe sonrisa de satisfacción—latido, latido, latido...Ah ~ es tan relajante, pero pronto se va a detener.

Sus palabras me erizaron la piel e involuntariamente mi mano izquierda se posó sobre mi pecho encima de mi corazón.

—Ellos están muertos y tú, pronto los seguirás.

Respirar se había vuelto complicado, mi cuerpo había olvidado como realizar una acción tan natural. Michael se aproximó hacia mí y me tomo por el brazo.

—Tranquila pequeña—su aliento en mi oído no aportaba a que encontrará quietud. —Es mejor que te recuestes.

Me dejé llevar ante el modo dulce en que las palabras emitidas de su boca llegaban hacia mi tímpano, que no puse resistencia cuando me cargo para dejarme sentada en la cama y posteriormente arrodillarse ante mí y sostener con gentileza mis manos.

Cientos de preguntas se aglomeraron en mi cabeza, taladrándome llenándome de dudas y más dudas, estaba desorientada, no comprendía absolutamente nada de nada, ni siquiera alguna pizca que me ayudase a armar el rompecabezas.

—¿Por qué? —fue lo único que mi mente afligida pudo hacer que mis cuerdas vocales preguntasen.

—Hmmm... ¿Cuál de todos los posibles por qué?, es el ¿por qué me pasa a mí?, o quizás ¿por qué me tienes encerrada?, o tal vez ¿por qué me lastimas a mí? —pregunta tras pregunta afloraba de su boca mientras sonreía como si no se tratase de un tema relevante.

Me mordí el labio inferior de frustración—respóndeme—rogué en un lamento.

Él suspiro antes de depositar un casto beso sobre cada una de mis manos. —Todo lo que hago es porque te amo Kassidie.

Mi visión se puso borrosa ante las lágrimas que amenazaban por escapar— No te entiendo.

Michael se inclinó, colocando sobre mis mejillas sus manos para jalarme y romperla lejanía entre nosotros. Lentamente sus labios se acercaron a la piel de mi frente, donde dejaron un tierno beso.

—Acuéstate Kassidie, es hora de contarte un cuento.

Con la mente en blanco me acomodé en la cama siendo arropada por el contrario, el cual al verme lista para escucharle, rebusco en las gavetas de un mueble, sacando el libro sin nombre de tapa roja que encontré el primer día en el juego.

Me reí por la irónica, "claro que él sabe leerlo", me sentía completamente pérdida y desgastada en medio de mi desanimo.

Él acerco una silla a la cama donde reposaba, abrió el libro y me dedico una serena sonrisa antes de comenzar.

"Un lamento entre estaciones"

Había una vez en una distante tierra, en la que habitaban millones de seres de efímera existencia, que formaban pequeñas unidades para subsistir llamadas familias, y entre los miles formadas, debemos remontarnos a una familia común, similar a muchas y diferentes de otras.

Verano

En una pequeña casa de una ciudad que no vale la pena mencionar vivían; un papá, una mamá y el retoño fruto del amor que habían cosechado; su pequeña, dulce e inocente hija. Una familia llena de un cariño y amor, que disfrutaban de su mejor momento.

Otoño

Hasta las más hermosas flores se marchitan.

Los días pacíficos no duran para siempre. La enérgica y joven esposa del hombre, pronto cayo en cama debido a una mortal enfermedad, que fue secando su vitalidad día a día, poco a poco. Siendo el amor de su vida impotente por curarle de sus males a pesar de los profundos ruegos que al cielo hacía.

Y el traicionero tiempo nunca se detuvo, continuo y continuo, llevándose consigo a la gran madre y esposa. Tras su último aliento, sus ojos se cerraron junto al caer de la última hoja del árbol en su jardín.

Invierno

Hundido en su melancolía, siendo apuñalado constantemente con el doloroso puñal de los recuerdos, el intachable hombre se resguardo en la bebida.

La pequeña hija no podía comprender las desgracias a su alrededor, así que siguiendo los sabios consejos de la mujer que se había marchado de su vida, mantuvo una cálida sonrisa para su padre en las adversidades.

Pero el maloliente hombre decaído, empezó a desquitarse con su hija por las desgracias que no tenían ningún culpable. Tras asestar un golpe en el rostro de la menor, el hombre comenzó a sentir nuevamente el placer por la vida.

Y el tiempo siguió, mas la estación se estancó.

La pobre chica no podía entender del por qué el monstruo que se había apoderado de su padre disfrutaba dejar marchas moradas en su piel, día tras día al infligirle dolor.

Una noche fría y oscura, en el que el cielo no paraba de llorar, fue un preciado momento de luz para la joven al encontrar a una pequeña bolita de masa que temblaba intentando entrar en calor. El corazón de la joven se destrozó en agonía ante la desgarradora escena que sus ojos presenciaban, y sintiendo empatía por el felino decidió tomarlo en sus brazos y llevarlo con ella.

Cuando sus pesados parpados se abrieron, fue nuevamente consiente de su pobre magullado cuerpo que reposaba sobre el duro suelo de su habitación. Con el recipiente de su alma destrozado por los golpes, le era imposible moverse hasta el inerte cuerpo de su diminuto amigo peludo, que era brutalmente consumido por cientos de gusanos.

Quiso limpiarse el alma a través de las lágrimas, quiso deshacerse de la vergüenza y tapar su cuerpo, quiso limpiarse la sangre que chorreaba de sus piernas, quiso hacer tanto por aliviar su pesar, pero no pudo.

Sus labios partidos y resecos pudo abrirlos, y lo único que emitió entre su último respiro, fue que Dios salvara a su amigo. Y con su final pedido, cerró los ojos ante la brutalidad de su mundo.

Entonces él apareció en la horrible escena, completamente extasiado por la bondad de la joven que aun antes de partir sólo pensó en la existencia de un ser mucho más pequeño.

El corazón de él empezó a latir con desenfreno, un simple acto de un simple humano, había conseguido flecharlo, y a pesar de tener prohibido intervenir en los asuntos de ese mundo, en medio de su egoísmo tomo el alma de la chica para aprisionarlo junto a él. Realmente estaba desesperado porque ella curará su terrible enfermedad.

Cerro el libro lentamente. —¿Será posible que me dejes llevarte a la primavera Kassidie?


Atrapada en un otomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora