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Cuando Park Jimin supo que sus padres le estaban poniendo un ultimátum, se carcajeó en la cara de ambos, ¿qué creían? ¿Qué sólo por ser quienes le dieron la vida ya tenían poder sobre su persona? Por favor, él ni siquiera les había pedido nacer, ¿por qué hacían tanto escándalo ahora? Si durante diecinueve años lo habían tenido prácticamente en el olvido.


—¿Posesión ilegal de marihuana, en serio? —le reclamó su madre mientras caminaba a su alrededor con un gesto profundo de preocupación. Jimin sólo hizo un ruido burlón con sus labios, sabiendo que la mujer a su lado se enfadaría, y sonrió al ver su objetivo cumplido—. Es la segunda vez que nos haces pasar esta vergüenza, ¡la segunda!

—Yo no les pedí que fueran a mi rescate—respondió girando los ojos y se mantuvo serio sin esquivar la mirada de su papá sobre él.

—No, pero no podemos permitir que un hijo nuestro pase la noche en una estación de policías, ¿has oído las historias de esos lugares? ¡Pudieron haberte violado, Jimin!

—Estás exagerando, mujer, sólo fue una puta estación, no la cárcel.


Su padre, quien solía quedarse callado cuando su esposa hablaba, se acercó al menor y le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Jimin se agachó apenas un poco llevado por el dolor, pero volvió a su anterior postura. No les daría el lujo de nada.


—Cuida tu vocabulario—habló de nuevo la mujer y suspiró tristemente. No entendía en qué momento habían perdido el control de su hijo. Aceptaba que se habían equivocado en dejarlo solo por tantos años, pero su trabajo como antropólogos no les permitía llevarlo consigo a sus viajes, aunque parecía que Jimin no lo entendía.


A diferencia de su hermano mayor, Namjoon, quien era lo opuesto a él—siempre pulcro y sereno—, Jimin guardaba rencor en cada poro de su cuerpo y parecía una bomba a punto de explotar. Desde los quince años había comenzado con una conducta desastrosa, metiéndose en problemas por doquier, desde ser arrestado por faltas a la moral o llegar a casa con un par de tatuajes. Y lo que era peor, en los últimos dos años parecía haber profundizado su personalidad auto-destructiva y su madre creía que ya no se trataba de simples líos de adolescente, sino de un caso posible de drogadicción. Ella, amándolo como lo hacía, no lo permitiría.


—Lo que tú necesitas es disciplina—sentenció el hombre mayor, cruzando sus brazos y sonriendo en respuesta al gesto burlón de su hijo—. Y disciplina tendrás.


Esa misma tarde, Jimin fue notificado que tendría que convivir con Min Yoongi, un joven profesor de Buenos Modales quien lo recibiría en su casa cada tarde para iniciar con las sesiones de cómo ser un buen chico.


Park Jimin aprendería a comportarse, no importaba el precio.


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Disciplina © [Yoonmin]Where stories live. Discover now