Pròlogo

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El camino cada vez se hacía más agotador. La brisa azotaba con fuerza en medio de aquella tarde de otoño. Y a pesar de que aún faltaba un mes para la llegada de su adorado hijo, le parecía imposible que aquellos horribles dolores la estuvieran perturbando.

Miró a a la horrible mujer que se encontraba en el otro extremo del carruaje. No le importaba en el estado en que se encontraba en aquellos momentos y mucho menos la llegada de su hijo. Ella solo tenía una misión, dejarla en casa de su padre en el pequeño pueblo de Konoha y marcharse de vuelta a Londres. No le importaba si ella y su hijo llegaban con vida. Su encargo había sido Claro.

"Deja a la mujer y el bastardo allí y regresa".

Su hubiese sabido que aquel amor que sentía por el futuro conde, la condenaría de aquella forma, jamás hubiese creído sus mentiras. El había jurado que la amaba y que quería casarse con ella, y fue tan ingenua que le permitió compartir su lecho. Había sido muy avariciosa al pensar que ella llegaría  a ser una condesa.

¡Que equivocada estaba!

En el momento en que se dio cuenta que estaba embaraza la había rechazado y echado de la mansión Hyuga. Ahora se encontraba en una profunda desgracia. No sabía  con que ojos miraría a su padre después de aquella deshonra, menos a sus hermanos. El simple pensamiento le dio deseos de llorar.

Su padre un humilde hombre de campo que se había esforzado para conseguirle un puesto en aquella gran familia. Quería que ella conociera la ciudad y todo lo que Londres podía ofrecerle. Quizás conocer un buen hombre que la hubiese mantenido bien.

Pero ahora odiaba esa decisión de su padre. Hubiese preferido quedarse en el campo y limpiar establos, hubiese querido cualquier cosa con tal de haber evitado aquella deshonrra.

Lo que más  le lastimaba el ego era saber que el mismo hombre que le había prometido casarse con ella en estos momentos estaba disfrutando de la celebración de su boda con la distinguida lady Mei Lanister.

Definitivamente tenía deseos de echarse a rabiar y llorar. Pero no lo haría, no le daría el gusto a la bruja mujer que la acompañaba de verla  llorar.

Kuranei parecía ser una mujer justa y la había juzgado muy severamente. A pesar de que se había ofrecido personalmente a acompañarla, Hanna no confiaba de sus buenas intenciones. Ella había sido la que había delatado su embarazo al
Conde Y la condesa Hyuga, y al
Instante la echaron a la calle.

Por desgracia Hanna solo fue capaz de ocultar su embarazo siete meses.

Otra punzada de dolor le atravesó su espina dorsal y esta vez no fue capaz de ocultar su incomodidad y un grito agudo salió de su garganta.

Sintió como Kuranei  se posó a su lado y la sostuvo por la espalda.

–Ya estamos llegando Hanna, no puedes parir todavía.

Hanna miró aquella mujer y pudo ver la angustia reflejada en su rostro. Estaba preocupada, quizás no era tan malvada después de todo.

–Mi bebé no puede nacer todavía Kuranei, aún es muy pronto.

Kuranei tomó su mano y le dio unas palmaditas.

–Al parecer se a adelantado. Debes aguantar un poco más, no debe nacer aquí en medio de la nada.

Hanna volvió a quejarse del dolor y se retorció en el asiento. El dolor era cada vez más agonizante. Lanzó otro grito de dolor y para alivio de ambas el cochero aviso que habían llegado. Kuranei le dio rápidas instrucciones de avisar la situación y  que mandarán a buscar un médico inmediatamente.

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