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Gabriel observaba su tazón de café, sin verlo en realidad.

Durante los últimos tres días, Gabriel se encontró obsesionado por Marilyn Monroe –o mejor dicho, Doctor Quattordio. Cuando Julian le había dicho el nombre, ni siquiera se le ocurrió pensar que la mujer en el vestido rojo podía ser en realidad un hombre.

¿Por qué lo haría? No es como si tuviera el hábito de andar mirando manzanas de Adán o bultos en lugares sospechosos. Infiernos, incluso pensándolo ahora, Gabriel ni siquiera recordaba haber visto algo así. Si no hubiera sentido la carpa inconfundible de una erección, todavía seguiría sin creerlo. Sus palmas hormigueaban ante el recuerdo y apretó sus puños unas cuantas veces, tratando de alejar aquella extraña sensación. Gabriel nunca había sentido la erección de otro hombre antes.

¿No debería haber estado más extrañado con eso? en su lugar, se encontró con la extraña urgencia de sentirlo nuevamente, para verlo, y descubrir si era tan fino como lo sintió. Si lo hacía, ¿Renato le chuparía de nuevo? Ay mierda, la boca del hombre estaba más allá de cualquiera cosa sentida antes.

¡Y el tipo me tragó por completo! ¡Santísima mierda!

—Ey, ¿esa taza de café hizo algo malo?

Respirando con fuerza, Gabriel reunió sus enredados pensamientos.

¡Maldición! ¿Por qué tenía que pensar en el jodido doctor cada vez que sus pensamientos se perdían? Obligando a aclarar su expresión, y odiando el descubrimiento de que su polla había llegado a levantarse a la mitad con el solo pensamiento de la boca de Quattordio, le frunció el ceño a su compañero.

—Sí —gruñó Gabriel—. Está vacío —se levantó y agarró el tazón ofendido—. Quiero algo de café.

No fue sorpresa que Julian le siguiera. Su compañero llevaba su propia taza. Una vez estuvieron en el salón de descanso, Gabriel deslizó su mirada alrededor del lugar, confirmando que se encontraba vacío. Luego dejó que la puerta se cerrara tras él. Maldición, sabía que su compañero le preguntaría. Llevaban juntos como compañeros casi ocho años hasta ahora y sabían cómo leerse el uno al otro. Pros y contras de pasar demasiado tiempo con alguien.

Julian cruzó hacia el mostrador y tomó la jarra. La alzó en el aire, ofreciendo llenar el tazón a Gabriel. Este le siguió y tendió su alargado tazón de medio litro.

Sonriendo, Julian lo llenó tres cuartos luego empezó a llenar la suya.

Gruñendo, Gabriel caminó hacia el refrigerador y sacó la leche. Tras poner lo suficiente en su café, terminando de llenar su tazón, Gabriel regresó el cartón a la repisa donde estaba y cerró la puerta del refrigerador con su cadera. Cuando se volteó, vio a Julian apoyado contra el mostrador observándole, sus ojos entrecerrados.

—¿Qué? —gruñó Gabriel.

—La falta de cafeína te pone de malhumor, pero esto es extremo, incluso para vos —comentó Julian Sin quitar su mirada de Gabriel, levantó su taza y bebió un trago, sorbiendo—. Te fuiste el sábado en la noche. ¿Qué mierda pasó? Hasta cuando encuentras una chica normalmente te despides. ¿Es que te fue tan bien con ella?

Mirando a su sonriente amigo, Gabriel curvó sus labios. Si tan solo pudiera decirle a su amigo la verdad... ay, maldición. ¿A quién más podría decírselo? El hombre era su mejor amigo. Su familia era solo Gabriel. La única persona en la que él confiaba. Julian debió leer algo en su expresión, porque sus ojos se agrandaron.

—Mierda, Gabi —susurró—. ¿Qué esta mal? Solo vi esa mirada en tus ojos una vez y no me gusta. —Caminó los dos pasos entre ellos y lo tomó por los brazos—. Hablame. ¿Qué pasó? ¿Dejaste a una de tus mujeres embarazada?

LLÉVAME #3Where stories live. Discover now