Gabriel se frotó la parte trasera de su cuello mientras inspeccionaba la escena del crimen.
—Este tipo ha matado a cuatro hombres en cuatro semanas, Juli —murmuró—. Si no lo encontramos rápido, nuestros culos van a estar en la línea.
Julian gruñó y le dio una mirada dura.
—Al igual que las vidas de cada hombre gay en esta ciudad.
Sintiendo su cara enrojecer, Gabriel suspiró y apartó la mirada de su amigo.
—Eso no es lo que quise decir —dijo—. Han pasado años desde que hemos visto una masacre así.
Suspirando, Julian acomodó su mano sobre su hombre y le apretó.
—Lo sé. Recibí una llamada de Carlos —le dijo, refiriéndose al gurú técnico de su estación—. Dice que descubrió el sitio que frecuentaban todos estos tipos y quiere hablarnos de eso.
El alivio lo embargó ante el cambio de tema. En el segundo que Julian había mencionado que los hombres gay estaban en peligro, sus pensamientos fueron inmediatamente hacia Renato, y su pecho se había apretado incómodamente. Sus dedos le picaban por sacar el teléfono y marcar el número que había robado del celular de su jodida de una noche así podía ver cómo estaba. Excepto que, eso fue todo lo que tuvieron. ¿Verdad? ¿Una jodida de una noche?
Tras coger a Renato una segunda vez, volvieron a caer dormidos. Y al despertar en las primeras horas de la mañana, Gabriel se marchó. Sin embargo, tras vestirse, había visto el celular de Renato sobre la mesa de noche y, en un impulso, robó su número. Gabriel se cogio al hombre dos veces y todavía no podía quitarse de la cabeza a Renato. Maldita fuera la última vez que había disfrutado tanto la segunda jodida. –Que había sido lenta e intensa– incluso mucho mejor que la primera vez que jodió con una mujer.
Sin embargo, ahí estaba el quid del asunto. Renato no era una chica, sino un hombre... un jodido y sensual hombre, de seductores ojos marrones, con una sucia boca pecadora y un culo redondo como las burbujas hecho para coger. La pija de Gabriel se agrandó en sus jeans de solo pensar en ello.
—¡Ey! ¿Venis?
El grito de Julian arrancó a Gabriel de sus pensamientos.
¡Maldita sea! ¿Por qué estoy tan obsesionado con este tipo? ¡Se suponía que al joder con él saldría de mi sistema!
Gruñendo por lo bajo ante lo ridículo de todo eso –infiernos, ninguna mujer lo había cautivado así desde– no quería pensar en Aracelli. Gabriel bajó los escalones de a dos. Al llegar al último, se detuvo para mirar atrás hacia la casa donde tanta violencia y destrucción había ocurrido. Desde el exterior, nadie podría saber que detrás de esas jardineras llenas de flores y las rejas de la terraza cuidadosamente pintadas, alguien había sido brutalmente asesinado. El corazón de Gabriel se saltó un latido, una vez más, cuando el rostro de Renato apareció en su mente, esta vez cubierto de sangre, sus ojos marrones vacíos por la muerte.
¡La puta madre!
Alejándose de la casa donde sabía que el equipo forense todavía procesaba otro cuerpo, Gabriel frunció el ceño mientras hacía su camino hacia el sedán de Julian. Él ya le esperaba en el interior del vehículo. Mientras Gabriel se subía en el asiento del pasajero, el otro detective miraba por su hacer. Entonces, se centró completamente en Gabriel.
—Mierda, Gabi—murmuró Julian—. Estas un poco colgado desde hace dos días. ¿Qué bicho te picó?
—Solo conduce —espetó Gabriel.
Aunque Julian obedeció, continuaba mirando hacia Gabriel. Una vez se alejaron de la escena del crimen, preguntó suavemente.
—¿Es por culpa de Renato? ¿Sigues obsesionado con él? Pensé que lo ibas a ver el viernes.
