Gabriel sabía que no debió haber hecho pública su intención sin la opinión de Renato, pero la forma tan familiar que la enfermera Mariana se comportó con Renato le sacó de quicio. Además de lo incómodo que su amante repentinamente se había puesto, los instintos protectores de Gabriel, instintos que hacía tiempo creía enterrados, habían vuelto a la vida.
Mierda. ¡Tengo un novio!
Gabriel no había tenido uno desde hacía mucho, mucho tiempo.
—Hey —murmuró Renato con cuidado, llamando su atención—. ¿Estás bien?
—¿Hmm? sí —respondió Gabriel, sonriéndole a su pasajero—. Solo hay... un montón de cosas por pensar, supongo.
—Puedo encubrir lo que ocurrió en el hospital con cualquiera que Mariana lo comente —ofreció Renato—. Ya sabes, ¿solo decirles que ayudabas a un amigo? Todos aquí saben cómo de, bueno, molesta es. La amenace con presentar cargos por acoso sexual, pero eso parece no detenerla —haciendo una mueca brusca, ya sea de dolor o frustración, cuando Renato apoyó la cabeza contra el respaldo murmuró: —Supongo que tengo que hacerlo en realidad.
Tratando de permanecer imparcial, Gabriel asintió.
—Si ella no respeta tu espacio, eso podría ser lo mejor.
Renato suspiró, pero no respondió.
Gabriel metió su viejo jeep dentro del garaje de la casa de Renato –Fausto traería el auto de Renato luego-.
Luego se giró a mirar a Renato.
El otro hombre había inclinado todo el asiento hacia atrás y parecía estar dormitando. Gabriel sonrió ante la pacífica expresión en el rostro de Renato, finalmente sin líneas de dolor. Sabiendo que no podría permitir que Renato durmiera demasiado en esa incómoda posición, Gabriel se bajó de vehículo y rodeó el capó. Agradecía que Julian y Fausto cambiaran su moto por lo que sus amigos llamaban el viejo cubo de lata. Aunque el armazón del vejestorio, Jeep Cherokee de 1999 estaba empezando a mostrar su edad –tenía quince años de antigüedad después de todo– los funcionamientos internos del vehículo funcionaban genial, así que no encontró motivo alguno para comprar algo nuevo.
Además, tenía su moto y su Stingray. No necesitaba nada más.
Gabriel había rechazado las ofertas de Minerva para llevar a Renato a casa. Se dio cuenta que la mujer probablemente se pasaría de todas formas por allí en la tarde cuando terminara su turno. Era demasiado buena amiga para no hacerlo. Encontraba a la chica entretenida y apreciaba que Renato tuviera tales buenos amigos. Renato conversó con otras dos mujeres –Naomi y Jenni– a quienes Gabriel no conocía, todavía, y a un antiguo compañero de universidad quien había huido para –de todas las cosas– unirse al circo. Renato había dicho que el tipo, Manu, abrió un gimnasio en la universidad y quería ser acróbata.
Abriendo la puerta y quedándose de pie a un lado del hombre, Gabriel suavemente acarició el tendón de su cuello, admirando la delgada línea.
—Vamos, dormilon —murmuró Gabriel—. Vamos adentro. Estarás más cómodo.
Abriendo sus ojos hasta la mitad, Renato le miró agotado.
— Mmm bueno —murmuró, aunque no dio ninguna señal de moverse.
Gabriel sonrió despacito, inseguro de saber por qué encontraba aquello tan encantador... simplemente lo sabía. Se inclinó hacia el jeep y desabrochó el cinturón de seguridad de Renato. Deslizando su brazo izquierdo alrededor de los hombros de Renato, Gabriel gentilmente agarró su rodilla derecha y lo sacó del vehículo. Haciendo lo mismo con la segunda. Aquello provocó una reacción. Renato gimió y levantó su cabeza desde donde descansaba, girando en el asiento.
