El Doctor Renato Quattordio dejó a un lado sobre la mesa el asqueroso café del hospital y se dejó caer en el casi cómodo sofá. Gruñendo, acomodó su cabeza contra el respaldo y cerró los ojos. Dos horas. Puedo hacerlo dos horas más. Escuchando que la puerta del cuarto del personal crujía, Renato abrió un párpado y vio al paramédico Randy dar un paso al interior de la sala. La puerta se cerró automáticamente cuando soltó la manilla. Randy se dirigió a la máquina del café e hizo una mueca al hacer la selección.
—Ay, mierda. ¿Es todo lo que tenes? ¿Esta mierda barata?
Riendo, Renato abrió ambos ojos y levantó su cabeza.
—Sip. Me temo que así es. Si queres café más gourmet, anda a una cafetería —le dijo.
Randy lanzó un suspiro y vertió una taza. Tras arrojar una generosa cantidad de azúcar en el interior, tomó un palito y, mientras revolvía, caminó hacia el sofá frente a Renato.
—No sé cómo permaneces despierto bebiendo este lodo —se quejó, apoyándose en el cojín, con cuidado de no derramar su bebida.
Renato sonrió.
—Creo que su pésimo sabor es una de las cosas que nos mantiene en pie. —Admitió, alcanzando su propio tazón.
Sonreía mientras daba un par de sorbos.
Luego dio un bostezo, y su mandíbula crujió.
Soltando una carcajada, Randy levantó su propio tazón haciendo un salud.
—Sip, funciona genial.
Suspirando, Renato rodó sus ojos.
—Sabes que la cafeína tarda unos segundos en hacer efecto. —Murmuró. Frotó su frente mientras miraba a su amigo—. ¿Ya termino tu turno?
Randy sacudió su cabeza.
—Nop. Sebas y yo acabamos de traer la víctima de un accidente —admitió—. Le dije a Sebas que necesitaba orinar y tomar algo de café.
Renato conoció a Randy un par de años atrás cuando este se unió a Sebastian. El par conducía una ambulancia para una compañía que atendía a un par de los hospitales de la zona. Mientras que Renato los consideraba más como conocidos que amigos, sí habían salido una o dos veces.
—¿Decidiste hacer un viaje especial a la sala de descanso del tercer piso para tomar nuestro café de mierda? —se burló Renato del hombre.
Randy lo mandó al diablo.
—Supongo entonces, que no queres saber nada de la fiesta de disfraces de este sábado —respondió, aunque su tono era divertido, no molesto.
La fatiga huyó de Renato ante las palabras del otro hombre.
— ¿Fiesta de disfraces?
Sus amigos probablemente lo consideraban una reina, pero él amaba disfrazarse. Cada Halloween creaba un elaborado disfraz, desde superhéroes –fue Robin una vez, así como Daredevil a criaturas místicas, el elfo escasamente vestido había sido divertido. También se había disfrazado de mujer un par de veces.
Riendo, Randy asintió.
—Minerva dijo que sos muy fan de las fiestas de disfraces.
—Totalmente —respondió Renato, complacido que su médico y colega, la Doctora Minerva Casero, hubiera pensado en él.
Su segundo año en la escuela de medicina, Renato arrancaba su computadora preparándose para tomar notas durante su clase de anatomía cuando una delgada rubia que no conocía se sentó a su lado. Ella le sonrió en obvió coqueteo, deslizó su mirada sobre la delgada figura de Morgan con audacia e inclinó hacia él.