Gabriel se inclinó contra su moto. Llevaba el cubre piernas por encima de sus jeans y un polerón bajo la chaqueta de cuero para protegerse de las frías noches de octubre. Alternaba entre el pánico y la anticipación. Su miembro se mantenía medio duro –a pesar del frío– ante la perspectiva de coger con Renato, incluso aunque su pulso latía por todo su cuerpo con una mezcla de deseo y miedo.
¿De verdad voy a hacer esto?
Viendo a Renato pasar por las puertas de la sala de emergencia, Gabriel se subió a su moto. Dejó que su casco descansar en el tanque de la bencina entre sus muslos, echó a correr la moto y se puso en marcha hacia el hombre.
Sip, de verdad voy a hacer esto.
Gabriel se dirigió lentamente hacia el hombre delgado, fijándose en su forma masculina. Su mirada aterrizó en el culo del hombre. Nalgas levantadas y redondas por las que una mujer mataría, Gabriel sintió la urgencia de agarrarlas y apretarlas. Simplemente sabía que aquellos globos cabrían perfectamente en su mano.
—Renato —le llamó Gabriel.
Renato se giró a mirarle. Dando grandes pasos hacia él, deslizó su mirada sobre Gabriel, luego por su moto. Vio la chispa de calor en los ojos del otro hombre. Supuso que debería sentirse asqueado por el hecho de estar siendo admirado por otro hombre –pero en lugar de eso se sentía... orgulloso.
Sonriendo, Gabriel se paró a un lado de Renato.
—¿Dónde estás estacionado?
Apuntando, Renato replicó.
—Justo ahí.
Gabriel miró un instante hacia la dirección que Renato le indicaba, luego volvió su atención al otro hombre.
—Entonces, vamos. —Ahora que había tomado la decisión, su miembro dolía con anticipación.
Renato asintió, repentinamente pareciendo inseguro.
—Uh, ¿tu casa o la mía?
—La tuya —dijo Gabriel de inmediato. Mirando alrededor para asegurarse que no eran escuchados, agregó: —Ya que vos tenes, ya sabes, todo lo que necesitamos, ¿o no?
Asintiendo nuevamente, Renato se giró.
—Seguime entonces.
Gabriel así lo hizo.
Trató de no permitir que sus nervios se apoderaran de él, aunque los vellos de su nuca se erizaran. Frunciendo su ceño, miró alrededor, buscando la fuente de aquella sensación. Una mujer morena en uniforme de enfermera se encontraba de pie cerca de las puertas de la sala de emergencia. Tenía los brazos cruzados encima de su pecho y miraba en su dirección. Al principio, Gabriel creyó le miraba a él, pero entonces se dio cuenta que su atención estaba en Renato.
Deteniendo su moto cerca del auto de Renato, Gabriel le llamó: —Hey, ¿quién es esa enfermera enojada?
Renato se enderezó desde donde acomodaba su bolso en el asiento trasero y le miró. Gabriel cogió su casco e indicó hacia la dirección de las puertas antes de colocárselo en la cabeza.
Haciendo una mueca, Renato espetó: —La Enfermera Mariana. Ella no toma un no por respuesta.
—Le gustas, ¿eh? —se burló Gabriel, abrochándose el casco.
—Desafortunadamente —replicó Renato.
Se giró y metió a su coche.
Gabriel frunció su ceño y miró hacia ella otra vez, pero ya se había marchado. Curiosamente, sintió que una actitud protectora le embargaba. Incluso, la idea de llevar a cabo una verificación de identidad sobre ella se le vino a la mente.