Renato sentía el dolor mientras sus sueños empezaban a disminuir. Un ardor de alta intensidad irradiaba a través de sus muslos y a lo largo de su lado derecho. Gruñendo, luchó por recordar que rayos le había pasado. Mirando hacia atrás, Renato recordó haber terminado su turno.
Se despidió de Camila, la enfermera del turno de noche que acaba de llegar, luego se fue hasta su auto. Después de eso... ¡LAUTARO! Lautaro debió haber estado esperándole en el estacionamiento del personal. Agarró a Renato y lo golpeó contra un auto. Fue una pena que el auto fuera un modelo antiguo y no tuviera alarma.
—Maldita puta —espetó Lautaro—. ¿Crees que me olvidé la mamada que me debías la otra noche? —agarró la chaqueta de Renato y lo empujó hasta el capó del auto. Sus ojos marrones brillaban con mala intención mientras le miraba hacia abajo, y sus labios se curvaban—. En lugar de eso, te vi con ese policia. Estabas tan feliz de ponerte de rodillas para él.
Renato se quedó boquiabierto. Lautaro le miró con desdén y alcanzó su cinturón.
—Demasiado tarde para eso, puta. Ahora, a cambio, voy a tomar como pago tu piel.
La primera suposición de Renato, que Lautaro intentaría obligarlo a algo, fue errónea cuando le vio sacar un cuchillo de la funda en su cinturón. Cerró con fuerza su mandíbula, el temor apoderándose de él. Actuando por instinto, elevó su pierna y pateó el pecho del hombre. Los siguientes recuerdos eran borrosos. Renato recordaba enfrentarse a Lautaro, pero el hombre más grande lo empujó fácilmente contra el auto. Lautaro fue por él con el cuchillo, se balanceó y le apuñaló. El dolor brotó por el cuerpo de Renato mientras pateaba y luchaba, tratando de apartarse y huir del hombre.
Después de eso... solo recordaba el dolor y los gritos. Cuando Renato tragó, su voz áspera y dolorida, se dio cuenta que debió haber estado gritando. Maldición, considerando el dolor que emanaba de su cuerpo, quién podía culparlo. ¡Lautaro le había rebanado! ¿Entonces, cómo había llegado hasta allí? ¿Y qué pasó con Lautaro? ¿Lo había dejado morir o algo así? Necesitando respuestas, Renato redobló sus esfuerzos para abrir os ojos. Finalmente se las arregló para abrirlos, contento de encontrar las luces ya apagadas. Tras parpadear un par de veces para ajustar sus ojos, y aclarar su confundida mente del dolor, se miró a sí mismo.
Intentó catalogar mentalmente dónde estaban los bultos bajo las mantas y correlacionarlos con los centros de dolor que irradiaban a través de su cuerpo. Renato sabía que sus muslos y costados palpitaban. Asumió que las enfermeras le esperaban a que despertara para darle algo contra el dolor. Renato sabía que era un peso ligero cuando se trataba de drogas, así que le gustaba estar a cargo de sus propias dosis cuando no estaba en peligro su vida. Lo cual, por supuesto, significaba que sanaría, pero ¿cuántas veces le golpeó Lautaro? ¿Y cuán profundas eran sus heridas?
El sonido de un resoplido capturó la atención de Renato, atrayendo su mirada a la silla a un costado de la cama. Parpadeó un par de veces más, seguro de que realmente no estaba viendo lo que pensaba que estaba viendo. Excepto que, Renato se dio cuenta que así era. Gabriel estaba tumbado en la silla, su cabeza en un ángulo extraño apoyada contra la pared. Su boca estaba abierta y suaves ronquido escapaban por ella.
—¿Qu-? —comenzó Renato.
—Deja que duerma un poco más —otro hombre le instó despacio.
Mirando hacia la puerta, Renato encontró al Detective Cerati apoyado contra la pared observándole. Sostenía una taza de café en una mano y la otra estaba metida en el bolsillo de su jeans.
—Cuando te escuche despertar, me tomé la libertad de bajar las luces —murmuró Julian—. ¿Por qué los hospitales siempre tienen las luces tan fuertes? —preguntó curioso antes de darle un sorbo a su taza.