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Renato soltó un gemido mientras se quitaba los guantes de plástico.

Su espalda le dolía por haber pasado cerca de dos horas inclinado sobre su paciente, uniendo lo que quedaba de su bazo y su cadera derecha. La mujer podría caminar para siempre con una cojera, pero al menos caminaría de nuevo. Aquello era más de lo que Renato podía decir de la otra persona en el accidente.

Un conductor ebrio no respeto una señal de stop y chocó con otro vehículo. Como si el destino lo quisiera –o quizás el karma instantáneo– el borracho conducía un sedán y golpeó a la mujer que iba en una camioneta 4x4.

Bastardo.

El tipo con suerte recuperaría el uso de su pierna derecha. Su pierna izquierda, por otro lado, necesitó ser amputada desde la rodilla hacia abajo. Renato esperaba que el hombre pensara en su comportamiento mientras se rehabilitaba. Poniendo esos pensamientos a un lado –bueno, después de hacer una nota mental de comprobar a ambos en una hora o así– Renato dejó los guantes dentro de una bolsa de riesgo biológico, junto con su gorro y la bata. Luego, se frotó a fondo.

Al final, llamó a Julieta de recepción, orando por que no hubiera nada apremiante y así poder tomarse cinco minutos para un café.

—Oh, sí, doc. —Julieta respondió rápidamente—. Tómate diez... qué rayos, tómate veinte. Después de dos horas así, lo necesitas totalmente.

—Gracias —murmuró Renato, aliviado.

Empezó a colgar el teléfono.

—¡Hey! Vas a estar en el cuarto de descanso del segundo piso, ¿cierto?

Renato puso el teléfono de regreso en su oreja.

—S í — respondió, frunciendo el ceño—. ¿Necesitas algo?

—N o p —dijo, de alguna manera demasiado alegre—. Solo quería saber dónde encontrarte en caso de necesitarte.

Soltando un gruñido, Renato no esperó nada más de aquella enfermera tan alegre.

Colgó el teléfono en la pared y dirigió hacia el cuarto de limpieza. Caminaba tan rápido como su agotado cuerpo podía hasta el cuarto de descanso que había especificado. Mientras abría la puerta de la sala, llevó su mano libre hasta su boca y luchó por contener un bostezo. Sip, una poderos siesta de veinte minutos sonaba perfecto.

Renato tomó su celular del bolsillo trasero y comenzó a deslizarse por la pantalla, rápidamente configurando la alarma. De pronto, el olor a café cargado con una gran cantidad de crema azúcar captó su atención. Regresó el teléfono a su bolsillo trasero y miró hacia el mostrador... y sus ojos por poco se salen de la cabeza.

—¿Gabi?

Renato habría odiado el suspiro entrecortado de su voz, pero entonces el detective le dio una sonrisa y casi se traga la lengua ante la sensual vista. Excepto que, las esquinas de los ojos de Gabriel no se arrugaron, demostrando que el hombre no sentía verdadera alegría. Renato descubrió que el hombre quería parecer confiado, pero no sentía nada de eso.

¿Qué está haciendo aquí?

—Hey, Renato —saludó Gabriel despacito, apartándose del mostrador. Se deslizó despacio hacia él, ofreciéndole el tazón con el energizante liquido amargo—. Escuché que tuviste un par de horas difíciles. ¿Café?

Tomando la taza, Renato asintió.

—Gracias . —Susurró, confundido al ver al detective allí.

Tras su segunda jodida –la cual había sido lenta y sensual y tan satisfactoria que el miembro de Renato seguía engrosándose y levantándose hasta la mitad solo de pensar en ello– Gabriel se había marchado y Renato no volvió a saber de él desde entonces. No pensó que volvería a verlo una vez más.

LLÉVAME #3Where stories live. Discover now