Renato firmó la tabla médica mientras miraba a su paciente. La Sra. Colton seguía durmiendo. En realidad aquello era lo mejor para ella. Entre la fractura de su clavícula y el par de costillas rotas, necesitaba descansar. Renato solo deseaba poder descubrir qué decirle para conseguir que dejara a su estúpido esposo. Luchando contra un suspiro, Renato dejó el cuarto. Acomodó un mechón de pelo que se había salido de su trenza, detrás de la oreja y cerró los ojos por solo un instante. Esos malditos e idiotas machos alfas.
Apartándose de la pared, volvió en sí y se dirigió al lugar de las enfermeras. Le sonrió a Julie, quien estaba de pie tras el mostrador y preguntó: —Hey, Jules. ¿Qué más hay para mí?
—Un descanso —declaró la enfermera Julie. Utilizó su lápiz para apuntar atrás hacia las puertas dobles—. Tenes quince minutos. Usalos sabiamente.
Renato le habría preguntado si estaba segura, pero entonces los ojos de la mujer se entrecerraron. Reconoció esa mirada de ahora largo. Levantando sus manos como gesto conciliador, asintió.
—Bueno. Me voy a esconder en el cuarto de descanso del segundo piso.
Julie le dio una sonrisa compasiva mientras decía.
—¿Seguís teniendo problemas con Mariana?
—Me temo que sí —admito despacio Morgan—. Además, tiene un sofá. Voy a descansar mis ojos —admitió.
Despidiéndose con la mano, Julie le dijo: —Si no te veo en veinte, envío a alguien arriba a que te busque.
Renato se giró.
—Gracias.
Pasando a través de las puertas, Renato caminó rápidamente hacia el ascensor. Había aprendido temprano que si pareces que vas apurado, nadie intentará detenerte y hacerte preguntas. Después de apretar el botón de subir, juntó las manos en su espalda y esperó con cierta impaciencia. En verdad quería relajarse. Justo cuando las puertas se abrieron, Renato sintió una presencia tras él y los pelos de su nuca se pusieron de punta.
Rápidamente se metió al ascensor, golpeó el botón hacia el segundo piso y se giró, esperando ver a Mariana. Pero en su lugar, Renato se las arregló para no quedarse con la boca abierta. Su héroe, el policía Vikingo, estaba de pie frente a él.
Renato dio un paso lejos del hombre como protegiéndose, preguntándose porqué estaba allí. ¿Siquiera le había reconocido? Aunque el hombre no le había herido el sábado en la noche, quizás quería hacerlo ahora. ¿Será que el hombre había dejado su sorpresa y ahora estaba enojado?
—Tranquilo —dijo suavemente el policía mientras las puertas del ascensor se cerraban—. No voy a herirte.
Evidentemente, Renato no había hecho un buen trabajo como pensaba al mantener sus pensamientos para sí mismo. Más de un ex le había dicho que lo que fuera que estuviera pensando estaba escrito en toda su cara. Aun así, normalmente les tomaba muy poco tiempo aprender a leerlo. Quizás fuera una cosa de policías. Una vez las puerta estuvieron cerradas, el otro hombre se giró hacia él y le miró fijamente. Sus ojos oscuros se deslizaron por su rostro en unos segundos, luego una sonrisa torcida curvó la comisura de su boca.
—Sabes, realmente sos un hombre bello, incluso en bata.
Renato abrió su boca.
—Me recordas —susurró.
Sonriendo débilmente, sus ojos oscuros serenos, asintió. —
—Te recuerdo —tomó la cremallera de su chaqueta abierta y la apartó, dejando al descubierto la insignia de su cinturón—. Soy un detective. —Confesó. Soltó su chaqueta y le tendió la mano—. Detective Gabriel Gallicchio.
