Capítulo 11: Mardi gras

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El Mardi gras, Hunter se encontraba en Masquerade, curioso por ver a quién había invitado Salvatore a la fiesta.

—Y, ¿cómo se supone que luce una amish? —cuestionó Hunter comiendo una rebanada de king cake. El gorro de bufón que traía puesto molestaba a Salvatore, por lo que el joven acabó lanzándolo lejos de un manotazo , mientras intentaba contar el dinero de la caja registradora.

—Nos fue mejor que el año pasado —le dijo a Marcel tendiéndole el dinero para que lo metiera a la caja fuerte—. Mañana organizaremos los pagos de fin de mes. ¡Chicos, pueden irse. Disfruten el festival! —dijo a los empleados por la ventana de la cocina que conectaba al restaurante, y los meseros y demás salieron alegres vestidos con sus disfraces.

Salvatore se puso de pie para cerrar las ventanas y las puertas, siendo ayudado con un entusiasmado Hunter; que nunca solía ayudarlo a cerrar.

—¿Ya se van? —les preguntó Marcel.

—Aún tenemos que esperar a la desconocida de Salvatore; que por cierto, debe ser ardiente. Con lo exigente que es.

—Solo me cae bien —contestó Salva—. No soy exigente, estoy ocupado. Y ahí está —dijo al verla acercarse.

—No luce como una amish —musitó Hunter viendo a la joven de vestido de flecos y boa de plumas por la ventana—. ¿Por qué no me hablaste de su piel?

—¿Qué te hubiera dicho su vitíligo sobre ella? —se mofó salva.

—Me hubiese gustado saberlo —se limitó a contestar Hunter, dejando su pastel a un lado y saliendo del lugar.

Salvatore fue tras él y levantó el brazo para que Evangeline pudiera verlo entre la multitud.

—Casi no puedo verte, solo reconocí la máscara. —Sonrió ella al ver que traía puesto el regalo que le había dado.

—Evangeline, Hunter. Hunter, Evangeline —los presentó.

—El único doctor —dijo el joven vestido de bufón, entendiendo su mano frente a ella, mostrándole varias píldoras de colores—. Que puede recetarte lo que tú quieras.

La joven sonrió.

—Quizás en otro momento.

...

Caminaron un par de cuadras hasta donde se presentaba el desfile. Carrosas gigantes avanzaban lentamente exponiendo personajes coloridos y bailarines llenos de joyas bailando jazz, cientos de personas disfrazadas y felices alrededor.

—¡Es mejor de lo que lo imaginé! —admitió Evangeline en voz alta, y Salva preguntó:

—¿Nunca habías venido?

Ella negó con la cabeza.

—No es que tenga mucho tiempo por mi tía, y bueno, tampoco había tenido con quién venir.

—Qué triste —dijo Hunter, y añadió con simpatía—: Me imagino que tus amigos no podrían venir a acompañarte.

Evangeline rio.

—De todas maneras, Salvatore es un estorbo... Salvatore. —Volteó—. ¿A dónde fue?

—No lo sé —musitó ella—. ¿Salva?

Pero el joven se había quedado estático hacía un par de metros atrás. Las personas avanzaban frente a él, y algunos bailarines lo esquivaron, pero no podía dejar de ver esa extraña sombra ondeante al otro lado de la calle.

«¡Eh!» «¡Cuidado!» le dijeron en cuanto intentó cruzar esquivando a las personas e intentando rodear las carrozas. Se acercó al callejón oscuro en busca de la extraña figura, pero no pudo ver nada.

—¿Hola? —dijo en voz alta, intentando ser escuchado por encima del jazz y el ruido.

Pensó en la posibilidad de haberlo imagino, pero aquello lucía tan real como para ser una mala jugada de su cerebro. Se adentró un poco, levantando la vista a cada grieta, pero sin poder ver aquello que lo había llamado tanto su atención.

—¡¿Hay alguien?! —cuestionó en un grito, y al instante sintió como si lo hubiesen golpeado, estrellándolo contra la mohosa pared tras su espalda. Alcanzó a soltar un quejido de dolor, pero el grito que quiso soltar quedó atrapado en su garganta.

—¿Somos alguien? —susurraron cerca de su oído, pero ya ni siquiera podía ver con claridad. Sus ojos se habían nublado de la misma forma que sus pensamientos—. Somos tus dueños.

Intentó sacudirse para salir del agarre, pero le resultó imposible. Parecía inamovible. Empezó a retorcerse con más rapidez, pensando que pronto se desmayaría, pero de repente cayó al suelo golpeándose con fuerza, y se contrajo de dolor. Inhaló aire y su vista empezó a esclarecerse.

—¿Salva? —escuchó una voz femenina frente a él—. ¿Qué te ocurrió?

—Esa... cosa... —alcanzó a pronunciar—. La sombra.

—¡Hunter, está por aquí! —alcanzó a reconocer a Evangeline, y sin levantar la mirada aún, la escuchó acercarse—. Estás sudado frío.

—No podía respirar —musitó poniéndose boca arriba.

—Pero, ¿qué ocurrió? —preguntó la joven.

Hunter se asomó al callejón.

—Pero, qué...

Salva se agarró el tabique de la nariz con fuerza, y dijo:

—Creo... creo que tuve un ataque de asma.

—Pero, ¿sufres de asma? ¿Estás bien? —indagó la joven con el ceño fruncido—. Deberíamos llevarlo a un hospital —dijo mirando a Hunter, que se llevó una mano a la nuca.

—Salva, ¿te-te duele? —Quiso saber su amigo con temor—. ¿Por... alguna razón sientes dolor?

Salvatore negó con la cabeza.

—No, no, no se trata de eso. Las personas, la música, el calor, creo que me afectó un poco. Necesito volver a casa. Sí, necesito volver a casa de inmediato.

Intentó ponerse de pie, pero Evangeline y Hunter no pasaron por alto su mirada recelosa a el lugar, ni el temor que desprendían sus ojos.



N/A: Ojalá les esté gustando, y si es el caso, háganmelo saber. 

HASTA LOS HUESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora