Capítulo 18: Ruidosas escaleras

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Esa noche no durmió. Días atrás, su madre había salido de una dolorosa cirugía por lo que no podía verla todavía. Aún tenía tiempo para decidir qué hacer. Despertó temprano y tras tomar una taza de café decidió tirar muchos de los libros sobre brujería, arreglar un poco la casa y afeitarse. Condujo hasta la casa del pantano, y al estacionar vio cómo Marcel pintaba la fachada color hueso de la casa, y levantó la vista hasta el musgo colgante del viejo árbol que parecía señalar el balcón superior.

—Hola, ¿no está Marcie?

—Fue a la iglesia, ¿te quedas a cenar?

—Puede que sí. Tomaré una siesta —dijo.

Al entrar notó la línea de polvo de ladrillo, y subió al segundo piso esperando a que Marcel no lo siguiera. Al llegar a su habitación cerró la puerta con pestillo y observó el viejo espejo de cuerpo completo cubierto por una gruesa manta. Se acercó y haló de ella, curioso de saber qué podía ver a través de él.

—¿Qué quieren de mí? —susurró observando su rostro ojeroso y el cabello desaliñado, pero no hubo respuesta. Sonrío socarronamente—. ¿Entonces espero a que salga una mujer con un gorro puntiagudo o un fantasma cubierto por una sábana blanca? —Desvió la mirada a su teléfono, soltando un suspiro.

—¿Limonada? —Sonrió Marcel mirándolo a través del espejo, y Salva se sobresaltó.

—Wow, ¿en qué momento llegaste?

—Las escaleras hacen mucho ruido, ¿no me viste llegar? —Sonrió levantando una jarra—. ¿Limonada?

Salva asintió, mientras el hombre lo servía desvió la vista a la ventana y notó que Marcel continuaba pintando con el porche de la entrada. Volteó despacio a lo que se suponía estaba detrás de él, sintiendo su corazón detenerse, y para su sorpresa él seguía ahí plantado extendiéndole un vaso con tranquilidad. Lo tomó, pero al tenerlo cerca notó gusanos que salían de él y cómo el líquido carmesí hervía dentro. El hedor le provocó toser, dejando caer el contenido al piso. Las puntas de los dedos de Marcel casi se caían a pedazos debido a lo podrido que estaban, mientras los gusanos se paseaban por los agujeros infectados de su mano, de los que también salían hongos y su piel parecía más bien un tronco viejo.

—Te encontramos, nocet —murmuró con una sonrisa que dejó ver sus amarillentos dientes llenos de agujeros nauseabundos. Un irritante sonido de uñas arañando el espejo empezó a torturarlo, provocando que cayera de rodillas—. Prepárate para vivir en jaulas el resto de tu vida.

Se despertó de un salto aún asustado por el fuerte sonido de arañazos, empapado en sudor y con el corazón azotando fuertemente contra su pecho. Desde la ventana, el largo brazo del viejo árbol amenazaba con querer romper el vidrio por la fuerte tormenta. Dirigió su mirada al espejo. La manta que lo cubría se encontraba sobre el suelo.

Salió de su habitación con rapidez. Los viejos muebles de la casa eran iluminados unos instantes por los relámpagos que provocaban que sus sombras parecieran cobrar vida. Fue a las otras habitaciones escuchando el sonido de la madera crujir bajo sus pies. La casa contaba con muebles estilo barroco, grandes pinturas empolvadas y jarrones antiguos. Todo heredado a la anciana por su adinerado esposo.

—¿Marcie? —musitó al verla sentada en el escritorio de su habitación.

—¿Pesadillas, otra vez? —le preguntó sin levantar la vista de los papeles frente a ella—. No te preocupes, te frotaré un poco de salvia blanca. Espera un minuto. Estuve investigando un poco; esta senil aún puede leer, ¿sabes? Esa mujer... la ex esposa de tu padre. Nadie ha sabido nada de esa mujer en años, cielo. Tu madre me dejó hace un tiempo un par de fotografías. Mírala. —Le extendió una.

Reconoció a su padre debido a que su madre le había mostrado fotos de él antes. En la imagen sonreía mientras sus ojos se achinaban y sostenía a una mujer de la cintura. Era casi de su estatura, vestía un largo vestido rojo y se cubría los labios carmesí con el dedo índice, como pidiendo guardar un secreto. Pero había algo que destacaba sobre lo guapa que era; una mancha más clara que su tono de piel sobre uno de sus ojos.

—El vitíligo es una enfermedad fascinante, ¿no te parece? —dijo Marcie. 

HASTA LOS HUESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora