Mira la bondad del destino que me obsequia la compañía de la hija de Afrodita tan celestial, tan magnífica y tan imperfecta. Durante incontables albas y ocasos la vi perderse el la muchedumbre al igual que una estrella fugaz se pierde en la infinidad del espacio pero como un astrónomo empedernido seguí su estela hasta llegar a la estrella. Y la estrella me reveló que entre tanta infinidad ella se sentía como una luciérnaga porque al igual que ella ocasionalmente brillaba con diferente intensidad de pronto, y sin previo aviso, noté como los diamantes que encerraban sus ojos se volvían cristalinos y resta decir que ese cristal se quebró. Luego como mandato divino extingue el silencio con un tararear melódico y una sonrisa primaveral deriva los muros de la tristeza porque eso es ella, de eso se se trata su magia; ser el farol de la peor oscuridad o la esperanza de los girasoles hasta ser llamados a la eternidad.
