El mundo desde una burbuja

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—...deja de fingir que no me estás oyendo, sé que lo haces- sé que puedes hacerlo desde ahí...

—¡Bella, el Señor Oscuro te llama!

La bruja respondió con un sonido que fácilmente podría haber sido confundido con un gruñido.

—No creas que esto es todo —Lo apuntó con el índice plateado, de un brazo falso, allí donde su hermana menor le arrancó el verdadero en un duelo, años atrás. Al fin sabía cómo terminaba esa historia que su padrino evitaba contarle—. Estaré de regreso pronto, mocoso.

Él sólo la vio de reojo.

—Espero que te falte el otro brazo cuando lo hagas —Susurró, sin emoción—, o que te hayan quitado la cabeza.

Su tía se echó a reír. El Mortífago en la entrada tuvo que volver a llamarla para que recordase que debía irse.

—¡El Señor Oscuro nos dijo que no habláramos con el niño, Bella, ya déjalo!

Draco ignoró el resto de sus palabras. Continuó con las piernas flexionadas contra el pecho, los brazos envolviendo las rodillas, la barbilla recargada en estos, mientras oía los pasos alejarse hasta desaparecer por completo. Incluso después de que sucedía, por precaución, aguardaba un poco más.

Entonces comenzaba a moverse.

Hey —Llamó, con suavidad, buscando alrededor—, hey. ¿A dónde te metiste ahora?

Lo tenían atrapado. El cuarto era oscuro, una construcción de piedra que le recordaba a un calabozo o a las mazmorras del colegio; estaba desierto, a excepción de la burbuja.

Una masa esférica, vacía por dentro, de superficie blanca traslúcida que permitía una perfecta vista en ambos sentidos, fría, lisa. Flotaba a más de medio metro sobre el suelo. Inmovible, inalterable. Draco levitaba dentro.

Estaba hecha para que no le diese hambre, ni sueño. No podía lastimarse a sí mismo dentro; inclusive un arañazo se sanaría enseguida. Tampoco podía recibir una maldición desde afuera, ya que sólo rebotaría y la burbuja lo absorbería.

Era el método ideal para contener a alguien. Por si fuera poco, él había partido su varita a la mitad, frente a sus ojos, en cuanto despertó ahí. No cargaba encima nada más que la ropa que tenía puesta ese día. Un Mortífago comprobaba su estado desde el umbral cada vez que se cumplía un período determinado de tiempo.

También estaba ella, la serpiente. Nagini.

Aquí —Sus palabras, aun si no era a propósito, eran terminadas por un sonido similar al "sss" que otros debían escuchar. Hubo un arrastre entre las penumbras, luego una cabeza se alzaba por debajo de la burbuja, ojos brillantes lo observaban—, aquí estoy.

¿A dónde van ahora? —Inquirió, manteniendo la mirada puesta en ella, para conversar en pársel. Nagini ladeaba la cabeza.

No lo sé. No estoy segura —La serpiente se arrastró hacia el umbral de la habitación, donde se asomó. Por lo que le había dicho, allí se extendía un largo y estrecho corredor; un cuarto diferente quedaba en el extremo opuesto, después estaban las escaleras que llevaban arriba.

A su casa. Antigua casa, más bien.

Cuando pensaba en ello, todo era un poco difuso. Uno de los paquetes de Dumbledore había aparecido sobre su baúl, cuando regresaba de la ducha. Se vistió, lo recogió, lo examinó. Decía haber encontrado un Horrocrux diferente.

Apenas lo sujetó, la sensación de succión de un traslador se lo llevó lejos. Cayó ahí de inmediato, le lanzaron una maldición punzante para que no tuviese oportunidad de reaccionar. Alguien le quitaba la varita, otra persona lo mantenía inmóvil. Lo único que veía eran trajes negros, máscaras blancas.

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