Chivos expiatorios

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—Me dijo que no le dolía cuando se lo pregunté —Neville soltó una risa estrangulada, falta de humor—. ¿Puedes creer que dice que no le duele y luego se ve...se oye...así?

Draco inhaló profundo, exhaló despacio.

—Tal vez sólo no quería preocuparte.

Su amigo lo vio un momento, con el entrecejo arrugado y los labios apretados. Luego volvió a centrarse en la transformación.

Era una noche de luna llena. La Casa de los Gritos, recuperando su antigua fama, se llenaba con los alaridos ahogados que Blaise intentaba contener, retorciéndose en una de las salas destrozadas, mientras sus huesos se rompían para reorganizar la estructura ósea y aumentar el tamaño. Se trataba de un sonido horrible, de esos que dan un pitido en los tímpanos, esos que producen un escalofrío en lo más hondo y calan en los huesos con un frío fantasmal e inexistente. En cierto punto, Draco tuvo que apartar la mirada. Neville no lo hizo.

Los dos se encontraban detrás de una barrera, quizás de la época de sus padres, que los haría invisibles para el lobo una vez hubiese completado la transformación. No percibía su olor, no los oía. Era el mejor método para estar cerca y asegurarse de que el matalobos haya surtido efecto, antes de llevar a cabo cualquier otra acción.

—¿No podríamos...? —Le agarró el brazo y negó. Neville lucía como si se debatiese entre correr hacia allá o intentar un encantamiento para calmarlo, lo que sería un error por dos razones: el uso de la magia fuera del castillo y el hecho de que un hechizo así no afectaría al lobo igual que podría hacer con un mago. Era inútil.

Se sentían inútiles.

Cuando el último grito se tornó en un sonido más prolongado, ambos contuvieron el aliento unos segundos. Después llegó el primer aullido. Blaise, en forma de lobo, se tendía sobre la alfombra raída un momento, para recuperar el aliento. Draco tuvo que sostener más fuerte a Neville, para evitar que corriese hacia él, hasta que lo vio tocar el suelo con una pata tres veces; esa era su señal, un gesto que requería más consciencia de la que un hombre lobo, en estado salvaje, podría tener.

Neville se zafó de su agarre y se lanzó fuera de las barreras. En un parpadeo, se agachaba a un lado, preguntándole si estaba bien. El lobo frotaba la cabeza contra uno de sus brazos, para demostrar que sí.

Draco se aproximó más lento, procurando mantener la calma por los dos. El lobo se acercó apenas lo distinguió, deslizando la cabeza bajo uno de sus brazos; él le acarició detrás de las orejas, como si se tratase de un perro.

Lo sujetó por la mandíbula para levantarle un poco la cabeza. La pupila, la forma de los ojos, eran idénticos a los de Blaise en un día normal.

—La nueva fórmula funciona —Dio un breve vistazo a Neville, que dejó caer los hombros enseguida, deshaciéndose de una tensión que debía haber acumulado desde que le contaron que Blaise probaría una receta mejorada del matalobos ese mes.

Snape la llamaba "fórmula perfecta". Una poción que no sólo servía para mantener la consciencia durante el proceso, como el matalobos original, sino que usaría la misma dosis para todos. Blaise no tendría que seguirla cambiando hasta haber alcanzado la edad adulta, cuando su cuerpo se ajustase por completo a la magia.

Era una buena noticia. Draco lo dejó ir cuando Neville lo llamó. El chico le rascaba detrás de las orejas, pero lo hacía como una manera de disimular que le buscaba alguna herida entre el pelaje. Si Blaise lo entendía o no, era un misterio; aun así, se lo permitía.

0—

El sol todavía no estaba en lo alto cuando pisaron Hogwarts, pero el amanecer de ese día había sido nublado y no esperaban que cambiase tan pronto. Blaise se recargaba un poco en ambos, uno a cada lado, sosteniéndole los brazos, a medida que avanzaban.

Juegos mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora