Miedo

2.1K 437 100
                                    

Los artículos de la semana siguiente dirían que hubo una celebración enorme, consistente con el funeral del gran Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore; sin embargo, ni una cosa ni la otra habrían ocurrido de ese modo.

Draco no entró al cuartel de la Orden del Fénix como si fuese un héroe que volvía a casa tras haber superado una de las batallas más difíciles de una guerra. Lo hizo casi en silencio, igual que alguien que espera no llamar demasiado la atención, para que no se den cuenta de que tiene ganas de tomar un descanso en medio del desastre. Lo hizo de noche, acompañado de la profesora A, su padrino y Nymphadora Tonks. Lo hizo con las manos metidas en los bolsillos, para que no se notase que aún temblaba por la conmoción, la mirada rehuyendo de cualquiera que estuviese cerca, notorias ojeras.

Saludó en voz baja, cansada. Se abrió paso con cuidado a través del pasillo del recibidor, declinó la oferta de pasar por el comedor. El único que logró detenerlo fue Regulus, cuando se interpuso en su camino, en el piso superior.

El mago le sujetó el rostro, obligándolo a verlo. Tras ahogar un grito, lo abrazó con fuerza suficiente para arrancarle un quejido a alguien más, no a él. No en ese estado. Draco levantó los brazos para envolverlo, le palmeó la espalda, susurró para calmarlo.

Regulus también fue el único que lo acompañó arriba. Snape les decía a los demás que lo dejarían descansar, que necesitaban revisar que los Mortífagos no le hubiesen hecho algo, que un examen a simple vista no era suficiente. Básicamente, les pedía tiempo.

Draco no puso un pie fuera del cuarto del que se apropió, el que solía pertenecer a Regulus en su infancia y adolescencia, más que para ir al baño; cruzaba el corredor cuando nadie lo veía, regresaba sin hacer ruido. Por los próximos días, fue como si jamás hubiese estado de vuelta.

0—

Harry seguía yendo casi todos los días, en especial desde que Pansy se quedaba en su casa. Aún no se decidían entre dejarla en Grimmauld Place, bajo la protección de la Orden, o que permaneciera con los Potter, un lugar considerado más seguro; el segundo, al menos, no sería el objetivo de quienquiera que fuese a atacarlos. Veían clases de Defensa con la profesora A, a las que se unieron los Weasley cuando Molly se instaló allí unos días, insistiendo en que los dejasen ver a Draco. Granger llegó poco después también.

Nadie consiguió acercarse cuando lo intentó. Draco fue caprichoso al respecto. Se adaptó a su ritmo, a su manera.

En un par de ocasiones, pasada la primera semana desde su retorno, podían verlo deambular por el segundo piso, a veces bajar a la cocina por lo que pudiese comer a media tarde o de noche. Leonis era una presencia fiel, vigilante, pegado a sus talones de forma permanente fuera de la habitación. Ninguno hacía ademán de detenerlo, ni mucho menos hablarle. Su manera de mirar causaba que incluso su padrino reconsiderase el acercarse. Los ojos grises, opacos de un modo en que ni siquiera sabía que podían ponerse, eran una petición implícita, a gritos, de mantenerse lejos.

Una mañana en que entró a Grimmauld Place especialmente temprano, lo halló en la parte alta del tramo de escaleras. Estaba sentado en el suelo del segundo piso, sin ver ningún punto en particular. Neville se encontraba a un lado, en silencio.

Otro día, de regreso de un duelo en que Zabini lo envió a volar hacia la pared y él hizo que el suelo se lo tragase hasta el cuello, lo descubrió en una esquina de la cocina. Molly le decía que tenía que comer más, Draco asentía con aire distraído, llevándose una cucharada a la boca para contentarla. Se demoró en percatarse de su presencia, giró el rostro, lo observó. Luego se volvió y siguió oyendo sin atender a lo que la bruja reclamaba.

Juegos mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora