Los regalos que he dejado para ti

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Fue Severus Snape quien los recogió y se los llevó, el mismo día de la visita al cementerio.

Dumbledore jamás tuvo un gran funeral; su cuerpo había sido trasladado a Godric's Hollow, para reposar junto a los de su madre y hermana. La primera vez que dejó Grimmauld Place tras su regreso, se podía ver a un adolescente de cuclillas frente a una tumba con un epitafio poético, sin nombre ni fechas. En lugar de flores, tenía unos caramelos de limón que se comió uno a uno, mientras le aseguraba que estaba bien, que entendía, que le hubiese gustado saber de la batalla interna que vivía, pero no estaba enojado con él.

Le habló como si todavía estuviese ahí. Nadie lo detuvo, ni lo apresuró. Los guardias de turno eran Leonis, a unos pasos como de costumbre, Sirius Black y James Potter, de parte de la Orden, que insistieron en ser enviados para que no estuviese solo con el perro.

Cuando no le quedó nada más para contar, tanteó el aire a un lado. Leonis se pegó a él, se echó y lo dejó rodearle el cuello con los brazos, para recargarse en su cabeza cubierta de pelos. Permanecieron así por lo que pudo ser horas. Después se puso de pie, se sacudió el pantalón y le dijo al can que lo siguiese hacia la salida del viejo cementerio.

En el trayecto, Sirius le preguntó si nunca le ponía collar o una correa, él negó. Tenía la impresión de que sospechaba, pero habrían sido pocos los que vieron a Leonis cambiar (Severus, Dumbledore, la profesora A, Blaise, Neville, Harry...), y no tenía planes de mostrarse frente al resto de la Orden. No todavía.

—Tal vez deberías, ya sabes…aparecer —Se le ocurrió decirle, cuando se apartaron a propósito, palmeando la cabeza del perro—, ¿no extrañas a tu hermano?

Leonis le contestó con un ladrido que no supo interpretar como afirmación o negativa.

Sus amigos esperaban en el recibidor. Saludó a Ron con una palmada en la espalda, dejó que Hermione le besara la mejilla y se quedó con Neville y Blaise cuando le hicieron unas preguntas. Fue allí donde su padrino lo encontró. No tuvo que decirle nada, bastó con la seña que le hizo para que se acercase.

Para su sorpresa, lo llevó hacia uno de los cuartos de arriba, donde Harry estaba sentado en la orilla de un mueble. Se quedó paralizado un momento bajo el umbral, cuando sus miradas se encontraron. Luego giró el rostro.

Entre la tensión por todo lo ocurrido y la antigua certeza de que debía morir, probablemente, se debía sentir como un cobarde por no saber cómo hablarle. Y suponía que Harry estaría molesto con él por esto mismo, lo que sólo lo hacía rehuir más.

—¿Qué pasa, Sev? —En vez de sentarse, se recargó contra el escritorio que debió pertenecer a los invitados de los Black. Su padrino le dirigió una mirada desagradable por el apodo y extrajo un pergamino viejo de su túnica, agitándolo en el aire para ambos.

—El testamento de Albus Dumbledore. Una copia enviada por el Ministerio, al menos —Del mismo bolsillo, sacó dos cajas encogidas con magia, que colocó sobre la mesa—. Asumo que ya te había hablado de esto, Draco. Dejó una carta hablando del tema a McGonagall, fueron por el espejo —Él asintió para darle a entender que sí sabía de lo que le hablaba— y la encontraron a ella. Decidió legártela.

Cuando agrandó la caja a su tamaño original, se la tendió. Al remover la tapa, se topó con el medallón redondo de plata sobre un almohadón. Estaba cerrado, pero Ari lo saludó desde el diminuto retrato cuando lo abrió. Intentó sonreírle, antes de volver a sellarlo.

—También te dejó a Fawkes —Añadió, con un tono que sonaba a "¿tienes alguna idea de por qué te dejó a Fawkes?"—, sin embargo, se consumió en cenizas hace poco y decidieron no sacarlo de la oficina. Podrás verlo, si quieres, cuando vuelvas a Hogwarts. Y esto —Agrandó la segunda caja, más alargada. Con un rictus, se la ofreció a Harry, que dio un brinco—. A Harry James Potter, un único regalo. No sé qué pensaba el viejo cuando te puso en su testamento.

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