Prepara el juego

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Lo bueno de las conmociones dentro de un colegio de magia era que duraban poco, se solventaban deprisa si no había daños mayores, y pronto todos, acostumbrados a eventos inusuales, retomaban sus actividades. Fue lo que ocurrió en ese caso.

El Mortífago enloqueció cuando notó que su disfraz fallaba, intentó atacar, uno de los Aurores de turno que custodiaban el colegio lo frenó. En pocos minutos, estaba retenido con magia en la oficina de la directora.

Sería Regulus quien le contase sobre su frenética confesión bajo el veritaserum que Snape le dio. Desordenado, escupiendo cada pocas palabras, retorciéndose bajo las ataduras mágicas que cualquier mago decente sabía que serían imposibles de romper. Llamaba "al niño, el niño dorado". Les habló de una supuesta infiltración y escape de Azkaban, que carecía por completo de sentido, porque nadie podía salir de ahí y los Mortífagos permanecían exactamente donde los pusieron. También de cómo metió ideas a la cabeza de cierto Ravenclaw, esperando fastidiar el día a día de los estudiantes con tensiones menores y problemas a Draco. Iniciativa suya, fue lo que repetía, iniciativa suya, porque era muy listo. Su única misión real era observar, de acuerdo a él.

Los profesores preguntaron observar qué, pero era inútil; ni siquiera el suero de la verdad contrarrestaría a un demente que se carcajeaba por el dolor de la presión que las ataduras ejercían cuando se sacudía con fuerza para soltarse. La locura era igual a un fuerte escudo de oclumancia. Si Voldemort le especificó lo que haría, era imposible saberlo. Si no lo hizo, y era lo más probable por acuerdo general, en verdad no era más que un observador que luego le contaba acerca de lo que se topó dentro del castillo, fuese lo que fuese que les interesaba tanto.

Draco le había dado vueltas a las posibilidades por horas, días. Los Aurores se lanzaron a la búsqueda de la verdadera Umbridge en cuanto se descubrió la verdad; la encontraron metida, encogida, en un baúl mágico con cerraduras, en una esquina de su casa en Londres. Al parecer, sana, sólo un poco asustada por el demente que rompió las barreras protectoras de su hogar y entró.

Los agentes del Ministerio prefirieron no mencionarle que ese mismo mago loco la había dejado sin cabello, para tener ingredientes de sobra para su multijugos. Lamentablemente, se enteró el primer vistazo en un espejo. Tonks le contó que gritó, chilló y se echó a llorar de rabia después.

Una semana más tarde, la mujer, con una peluca mágica rosa y poco realista, se paseaba por los corredores de Hogwarts, donde decía estar más segura y prometía cumplir con su deber con el Ministerio. Y todo parecía bastante normal.

Tan normal como podía ser Hogwarts.

Para el comienzo del invierno, la mayor parte de los estudiantes podían ser considerados expertos en amuletos de calor y regulación de temperatura, porque el andar sin una o las dos mangas de la túnica pasó de una protesta tranquila a una moda dentro del castillo; algunas chicas se adornaban el antebrazo contrario a la "S", con flores mágicas que aprendieron a hacer a partir del truco de Pansy para la serpiente, un chico de Ravenclaw, conocido entre sus compañeros por ser familia de Madam Malkin, alteró su túnica sin romper ninguna normativa del colegio, para que tuviese los brazos cubiertos, pero los antebrazos con dibujos fuesen visibles cada vez que los movía. Lo último era tan interesante que Draco acompañó a Ginny a pedirle una igual. También se consiguió una para él, por supuesto.

De hecho, era la que utilizaba ese día, por lo que no se trataba de una sorpresa cuando se estiraba para tomar una de las piezas del tablero y los dibujos quedaban visibles. Del lado izquierdo, la "S" que se transformaba en serpiente. En la derecha, un pequeño león que jugaba con una snitch, ambos móviles, cortesía de una tarde después de haber terminado las tareas, en que Neville y él se aburrían, así que decidieron hacer algo para el otro y perder el tiempo hasta la cena.

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