Sweet

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Cubrió su rostro nuevamente con el menú, susurrándole por quinta vez a Steve que se concentrará en la conversación que mantenía con Larry y no en su rostro; una vez que su "recomendación" fue acatada, su vista volvió a la persona que tenía al frente, quien intentaba al parecer traspasar con su mirada el pedazo de plástico que lo cubrió durante unos segundos.

«Viejo, si esto es mi última cena, podrías haberte esforzado más» los quejidos del azulado solo lo hicieron golpearse el rostro.

«Gumball» intentó respirar antes de continuar. «Te recuerdo que el motivo del por qué estoy aquí no es por venganza» se mano tocó su propio pecho antes de apuntarlo. «Y ni siquiera eres la última persona con la que pensaría estar atrapado en un restaurante de un centro comercial. Mi tiempo vale más que mi odio hacia a ti».

La expresión contraria le hizo irritar, más que nada, porque estaba concentrado viendo la lista de precios que valía cada comida.

«¿Debería pedir lo más caro? ¿O iría directo a mis caderas? Para mi último día debería lucir mejor que nunca»

Hizo un ademán con sus manos, como si intentara asfixiarlo a la lejanía debido a la imposibilidad de deshacerse de este por ese día.

Para su suerte, ese deseo se vio suprimido cuando la risa nerviosa del adulto apareció, volviendo a su "escondite" hasta que la voz de su archienemigo lo hizo explotar.

«Bob».

«ES ROB» golpeó la mesa con sus puños, atrayendo la atención de la mitad de los comensales.

Cubrió los labios ajenos y el mismo permaneció callado hasta que las personas dejaran de interesarse ante la ausencia de conflicto. Una vez librado de la escena, soltó a Gumball, quien parecía estar a punto de lamer la palma de su mano con tal de seguir irritándolo.

«¿No pudiste escoger un ambiente más aterrador para nuestro último encuentro?»

No sabe porque sigue ayudando al consejero a costa de su salud mental que escasea, como tampoco podría dar una explicación de cómo ha vuelto a intentar ayudarle cuando un tono de duda se mostró en este; luchó contra el incesante de huir de ahí para retomar su lugar como una voz guía, o era lo que estaba planeado cuando el contrario lo interrumpió.

«¡Hey Mr. Small! ¿Podemos comer lo que queramos?»

El adulto y su persona acabaron por mirarlo, tratando de pensar una excusa que coincidiese y no resultara demasiado perturbadora para el trabajador, quien los miraba con un gesto fruncido que deseaba una respuesta que lo complaciera.

Unos segundos más tarde, estaría viviendo la más dulce tragedia, si no fuera porque está sosteniendo al incrédulo niño que asegura están atrapados en una obra ficticia que los mantiene unidos contra toda lógica, presionando a más no poder a la presencia blanquecina, que intentó dar orden al lugar como pudiera.

Lo que resultó, gracias a los imprudentes actos, en la declaración pública de Larry, quien a pesar de la vergüenza, aseguró su inminente atracción hacia su acompañante.

Peace, Love and WorkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora