tengo hambre

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Una de mis virtudes (considerada "virtud" por mi, pero defecto por Karina) es que yo vivo con hambre. No es algo que pueda controlar, mi estómago simplemente se siente vacío en cada momento a pesar de haberme comido tremendo choripan hace dos segundos. Y digo virtud porque amo comer, amo disfrutar de un buen alfajor de chocolate y aunque luego me arrepienta cuando me mire al espejo, en el momento de ingresar a mi boca todo el mundo desaparece.

Ese lunes había tocado el timbre del recreo y mi estómago, nuevamente, rugía por comida (como siempre). Con mis treinta pesos en mano, me encaminé hacia el kiosko de la escuela. Karina iba al lado mío pero al momento de ponerme en la fila, ella se fue a esperarme en una parecita de atrás.

A pesar de vivir con hambre, una de las cosas que más odio es tener que comprar, no solo el simple hecho de pagar lo que voy a comer (ya que duele dejar mis treinta pesos por un alfajor tita) sino porque ODIO HACER FILA.

Odio que haya personas a mi al rededor, odio que alguno se te quiera pasar de listo y te cole, odio a los de 1er año que se creen cualquier cosa pasándote por arriba, odio que griten y podría seguir enumerando unas cositas más, pero no está bueno odiar cosas.

Mientras estaba en la fila maldiciendo la vida y todo lo que enumere anteriormente, una voz sonó atrás mío y la parte de mi cerebro, que se ocupaba de rastrear cualquier cosa de cierta persona, hizo sonar una alarma en mi cabeza.

—Si porque no sabes, el sábado fui a un lugar re cheto corte rappa rappa, estuvo re piola, la próxima arreglamos y vamos...

Ahogando mis ganas de dar vuelta mi cabeza para verlo, solo me quedó mirar un toque de reojo hacia su dirección y escuchar el sonido de su voz. Vi como se puso en la fila de al lado mío y mi corazón dio un vuelco. De repente empezó a bombear tan fuerte que pensé que los demás lo escucharían, claro que no fui así. Mis manos empezaron a sudar y estaba tan concentrada en todo eso que no me di cuenta cuando me hablaron...

—Y señorita, ¿que va a comprar?- María, la del kiosko, me dirigió la palabra, y desgraciadamente todos ahí estaban viéndome-incluso Mateo-.

—Eh si, un alfajor... —le pedí soltando una risa nerviosa, y como la señora ya me conocía, no hacia falta decirle qué alfajor quería.

Luego de dármelo me fui lo mas rápido posible hasta llegar donde estaba Kari.

—¿Qué pasó que estás toda roja? Mateo estaba ahí, ¿lo vistes?

Si lo vi, y él me vio haciendo el ridículo. Así dan ganas de comenzar la semana.



triste realidad; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora