Agotado, el hombre moribundo cerró los ojos mientras su familia lo acompañaba junto al lecho en silencio. Aunque era joven, aquel accidente con el caballo terminó por sellar su destino y ahora solo esperaba a que la muerte llegara por él.
En un rincón, un ser vestido de negro lo observaba sin que nadie en la habitación pudiera notar su presencia, salvo por una niña de diez años que no dejaba de mirarlo de reojo.
«Debe ser una Ojos de Bruja», pensó el ser de negro posando su mirada sobre ella.
Estaba seguro de tener razón, de lo contrario no podría explicar su comportamiento hacia él: los Ojos de Bruja eran los únicos humanos que lograban vislumbrar la presencia de una Sombra de la Muerte. Para ella, él no debía ser más que un mal augurio, una mancha oscura sin forma que acechaba desde el rincón.
Para no alargar más su agonía, la Sombra de la Muerte se acercó a la cama con el fin de reclamar esa alma en nombre de la Dama Blanca, la jueza del inframundo. Una vez el alma fuera extraída de su cuerpo mortal, la acompañaría al encuentro de su señora para dar inicio a su camino a la reencarnación en uno de los reinos del Samsara.
Al verlo mover del lugar cerca de la pared, la niña abrió los ojos y tomó con fuerza la mano del hombre acostado en el lecho como si, al hacerlo, pudiera evitar que la mancha negra se acercara más a él.
—Papá —dijo casi en un susurro llevando la mano del moribundo hasta su boca—. Ya está aquí, se acerca.
Al escucharla, la mujer que estaba al lado de la cama levantó la mirada angustiada. Con sus ojos húmedos por el llanto recorrió toda la habitación sin poder encontrar nada y, aun así, se echó sobre su esposo en un intento vano de protegerlo con su cuerpo de la muerte.
—Deja en paz a mi marido —suplicó al vacío—. Danos una oportunidad: mi hija puede verte, te daremos lo que quieras a cambio de su vida. Somos los Sarmiento, nuestra familia lo tiene todo, solo tienes que...
Una de las ancianas que estaba en la habitación carraspeó, molesta, haciendo que la mujer guardara silencio.
—Andrea —ordenó por lo bajo de tal forma que solo su nuera pudiera escucharla—. Saca a esa niña maldita de mi vista y compórtate un poco mejor, deja que mi hijo duerma tranquilo hasta que se reponga.
La esposa puso su mano sobre la cabeza de la niña tratando de defenderla y abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró de nuevo.
—Te he dado una orden, Andrea —decretó nuevamente la anciana apretando tanto los labios que se tornaron blancos—. Espero que la cumplas.
Mientras su abuela y su madre hablaban, la atención de la niña estaba en la mancha negra que recorría el tramo que la separaba de su padre. Ahora la Sombra de la Muerte solo tenía que susurrar el verdadero nombre del hombre en su oído para que su alma abandonara el cuerpo; luego, ambos se marcharían de ahí.
Con el fin de obedecer a su suegra, Andrea tomó a su hija del brazo, pero ella se aferró con más fuerza a su padre, temiendo que, al alejarse de él, nunca más pudiera volver a sentir la tibieza de su cuerpo o escuchar su respiración.
Con esfuerzo, la niña se zafó del agarre de su madre y se lanzó hacia la mancha negra para detenerla. Sin embargo, lo único que logró fue traspasarla.
La Sombra de la Muerte se inclinó para acercarse al oído del moribundo, pero, antes de que pudiera pronunciar su nombre, una advertencia lo detuvo.
—¡Fantasmas!
Algo pesado cayó junto a él, distrayéndolo de su trabajo.
La niña, que ya no se esforzaba por evitar que se llevara a su padre, observaba hacia el lugar de donde provenía el sonido, petrificada por el miedo.

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Sombra de la Muerte (Completa)(En librerías)
FantasiAlana está hechizada desde que era una niña, por eso vive alejada en el bosque. Cada vez que baja al pueblo sus habitantes la rechazan porque se sienten amenazados por su hechizo. Sin embargo, cuando ya se había acostumbrado a su vida solitaria, un...