Capítulo 12

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—Pásame la crema solar, Ana.

—Me gusta cómo te sienta el color esmeralda —dice mirando mi bikini—. Nunca he tenido uno de ese tono.

Hoy los chicos han quedado con sus amigos para tomar unas cervezas, así que nosotras nos hemos ido a la playa. Ana quería estrenar un bikini de estampado de leopardo, le queda genial, pero yo nunca podría ponerme algo así: me gusta como le queda a otras, pero no lo veo en mí, no es de mi estilo.

—¿Y ese chupetón? ¿A tanto llegaste con ese tal Fran?

—No es de Fran —me muerdo el labio inferior, intentando contener la risa nerviosa—. Es de Yon.

—¿Cómo? —mi amiga abre los ojos como platos.

—Cuando llegamos a casa tuvimos una especie de cara a cara, y creamos tanta tensión que acabamos en su cama.

—No te reconozco —dice soltando una carcajada.

—No me reconozco ni yo, pero te aseguro que me siento más viva y libre que nunca.

—Eso es bueno. Aunque has vuelto a caer en la red de Yon.

—Y él en la mía —puntualizo.

—También es verdad —se estira en la toalla y vuelve a reírse—. Madre mía, no sé cómo va a acabar esto, pero estoy deseando verlo.

El cielo está completamente despejado y hace bastante calor, así que no aguantamos mucho sin meternos en el agua, que en mi opinión aún está fría. Tras darnos un baño y jugar un rato en el agua, salimos y cogemos las palas, aunque a ninguna de las dos se nos da bien y lo dejamos enseguida para volver a tirarnos en la toalla.

—Sé sincera, ¿te gusta Yon?

Fijo mi vista en el mar y sonrío.

—Obviamente, está como un queso.

Mi amiga se incorpora para mirarme a los ojos.

—¿Pero saldrías con él?

—No. Bueno, ahora mismo no —digo como si fuera lo más obvio del mundo—. Acabo de salir de una relación, déjame disfrutar un poco la soltería.

Ana me analiza con la mirada antes de volver a estirarse en la toalla.

—Él no parece de los que tienen una relación seria.

—Ya —suspiro—. Es un mujeriego.

—Aunque, por lo que me has contado, te prefiere antes que a otras.

—El otro día se fue con una chica sin pensárselo dos veces —le recuerdo.

—Sí, pero luego acabó acostándose contigo. Aún no puedo creerme que cedieras.

Me encojo de hombros.

—Como para decirle que no a ese dios griego —de reojo, veo que Ana niega con la cabeza y se me escapa la risa—. ¿Tú no te acostarías con él?

—No. Tú lo has visto primero, y no me apetece comerme tus babas.

—Pero si no fueras mi amiga, ¿te acostarías con él?

Ana frunce el ceño y mira al infinito.

—Ya sabes que mis gustos difieren de los tuyos, así que en principio no, pero quién sabe... Estoy en un momento de mi vida en el que no puedo decir "de esa agua no beberé", a no ser que el chico esté contigo, obviamente.

—¿Quieres que comamos por ahí?

—Una paella —dice ilusionada.

Sobre la una y media recogemos las cosas y buscamos un restaurante cerca de la playa que tenga buenas valoraciones. Hace tiempo que no como una paella y me apetece comer una en condiciones. Tras media hora, encontramos un buen sitio, con vistas al mar y camareros muy amables. Después de comer vamos directas a casa, nos duchamos y nos ponemos algo cómodo para pasar el resto de la tarde tiradas en el sofá. Con una bolsa de patatas fritas y el aire acondicionado encendido, nos disponemos a ver una serie que nos encanta.

Tu ausencia me llevó hasta élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora