1: "Lauren"

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Narra Camila.

Junio, 1980. Algún lugar a las afueras de Estados Unidos…

El calor que hacía era tan fuerte que se sentía a través del vidrio del auto, nuestro auto, que iba por la carretera rodeada de pastizales. Si miraba hacia atrás podía ver la nube de tierra que el auto levantaba debido a la velocidad, y si miraba hacia adelante no veía otra cosa que más camino de tierra que parecía no tener fin.

Mi familia decidió que sería una buena idea irnos de vacaciones los tres meses que el receso de verano dura. Aquella idea me pareció asombrosa, podría descansar de la ciudad, del instituto y podría practicar aún más mis partituras de piano. Lo que no me agradó para nada fue enterarme, a más de la mitad del camino, que el viaje duraba dos días en auto y que ni siquiera sabía a dónde íbamos porque mi padre se negaba a decirmelo.

—¿Falta mucho?—.
Pregunté exhausta, tocando el techo del auto con la punta de los dedos. El calor era sofocante, mi frente goteaba sudor, ya había escuchado mis cassettes más de cinco veces y mi hermana se estaba poniendo molesta.

—Llegaremos en quince minutos—.
Respondió mi padre.
—Yo siempre venía aquí cuando era pequeño, mi padre nos traía en su camioneta y pasabamos todo el verano. Este pueblo lo han construido inmigrantes italianos, es muy distinto a todas las ciudades que hasta ahora han conocido, será como hacer un pequeño viaje a Italia. La gente es muy amable aquí, así que espero que se comporten—.
Vi cómo nos miró a mi hermana y a mí por el espejo retrovisor. Aquella advertencia probablemente sería para Sofía, ya que ante cualquier curiosidad o cosa nueva, ella tiende a quejarse. A mí me estaba dando absolutamente igual, yo solo necesitaba que el calor cesara.

Luego de jugar algunos juegos de viajes que mi madre siempre se inventaba y de regañar a Sofía repetidas veces debido a que estaba desperdiciando las polaroids molestándome, por fin llegamos al lugar. Tras pasar una tranquera con la frase “Bienvenidos a Sunset” atravesamos un tramo lleno de árboles y amplios sectores de césped con arbustos. A lo lejos se podía divisar lo que me había parecido el principio de un río y algunas casas. Cuando el camino de tierra se convirtió en uno de adoquines, ya estábamos oficialmente dentro del pueblo, donde las casas eran tal cual mi padre había dicho; parecían sacadas de una película italiana o de los libros de turismo que había leído en algunas ocasiones. Todo era muy bello y nunca había visto una mezcla así de arquitectura y naturaleza, donde las casas no estuvieran separadas por cercas y donde no había pavimento, tan solo césped y adoquín.

—¿Hay piscina en la casa?—.
Preguntó mi hermana y mi padre asintió mientras manejaba a una velocidad bastante reducida.

Mientras más nos íbamos acercando a la casa en donde nos quedaríamos, los tramos de césped eran más amplios, ya que mientras más grandes eran las casas, más metros de jardín tenían estas y por ende más alejadas estaban unas de otras. Cuando llegamos a la casa, tuvimos que abrir una reja enorme e ir con el auto unos metros más hasta la entrada. La casa era enorme, de dos pisos, con la pintura externa un poco gastada permitiendo ver los ladrillos y con las ventanas de madera verde.

—Qué bonita, es muy grande—.
Dije mientras bajaba del auto para estirar mi cuerpo. Respiré profundo y el aire puro llenó mis pulmones. Se oían los pájaros, las hojas de los árboles que se movían por la brisa y el silencio, valga la redundancia.

—Aquí vive un amigo muy cercano de tu padre, nos ha prestado la casa hasta que vuelva de Europa—.
Explicó mi madre y yo asentí mirando los alrededores.

Sofía bajó corriendo del auto y mi madre me dió la llave para que entraramos a la casa. Esta era tan grande por dentro como por fuera, tenía un área que parecía ser una oficina y que estaba llena de estantes con libros, la sala de estar tenía un piano, ¡un piano! Aquello significaba que podría practicar todo lo que yo quisiera, la cocina también era enorme y en el pasillo del recibidor había una escalera gigante que daba al segundo piso donde estaban las habitaciones. Cuando subí las escaleras, me encontré con un pasillo muy ancho, con la luz natural entrando del ventanal que estaba en el fondo y que gracias a este se podía acceder a un pequeño balcón, las puertas conducían a las distintas habitaciones; no me molesté en ir a la de mis padres, simplemente fui a la mía, donde habían un par de repisas con libros de poesía y música clásica, dos camas individuales y muchas ventanas de las cuales entraba la luz del día. Mi habitación compartía baño, uno muy hermoso con azulejos celestes,  con la habitación de Sofía, la cual parecía ser una extensión de mi habitación, allí había un escritorio y otro armario igual al que estaba de mi lado y parecía pertenecer a un chico.
Mientras más miraba todo, más detalles encontraba y eso me estaba fascinando.

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