Ocho.

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No necesitó romper la ventana para salir porque ya estaba explotada en millones de fragmentos. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban apenas pudo invocar un aura gris oscuro para levantar levemente el volante, sus ojos fueron negros por un segundo y eso le permitió ir destrabando sus piernas. Así que como pudo se arrastró de allí, con miedo a que la camioneta explotara. Pateó el aire tratando de ayudar a sus brazos con su peso muerto. Su energía estaba muy débil y no quería agotarla usando su magia para salir de ahí.

Salió de la camioneta viendo borroso pero pudo sentir la sangre corriéndole en un lado de la cabeza. Se arrastró con los brazos lo más lejos que pudo de ahí y de a poco se fue forzando para ir levantándose. Una carcajada se escuchó a unos metros de ella y eso fue más que suficiente para darle otra descarga de adrenalina; el pánico la estaba consumiendo.

No supo de dónde sacó la fuerza pero se arrastró unos segundos más y luego se paró de golpe para salir corriendo con fuerza, tratando de hacer sus zancadas los más grandes posibles. Sentía el corazón palpitándole fuertemente y, pese a que un segundo se sintió feliz de estar viva, al segundo quiso morir.

Quizá era más fácil y menos doloroso rendirse y morir. Después de todo, ¿qué tan malo podía ser? Paz infinita. Después de todo, se estaba consumiendo.

Los árboles a su derecha se veían borrosos a la vez que seguía corriendo como si —y de hecho lo hacía— su vida dependía de eso. Los pulmones estaban empezando a arderle como un infierno y su organismo no pudo jugarle más en contra cuándo un gran calambre la asaltó en el vaso derecho. Llevó adolorida una mano a su estómago bajo, realizando presión donde le dolía, como si eso fuera a solucionar sus problemas.

Ya no sentía las piernas, su cuerpo parecía irle más rápido de lo que realmente podía correr y cuándo una persona apareció frente a ella unos metros adelante se sintió desfallecer. La fuerza que había obtenido segundos atrás pareció abandonarla de golpe porque su cuerpo simplemente se desplomó de un segundo a otro. Arrastró unos centímetros con las rodillas y las manos raspándose con el asfalto y sintió que le ardieron lugares que ni sabía que existían en el cuerpo.

Un hombre de tez morena le sonreía metros por delante. Y aunque todo a su alrededor se movía con demasiada rapidez el tiempo pareció congelarse lo suficiente para permitirle ver los ojos color borgoña que portaba aquel hombre.

Y entendió lo que era. Así que probablemente iba a morir. Allí, en la carretera, sola y a manos de un vampiro.

— Peleas bastante rudo igual, espero que eso aumente un poco tu autoestima —se burló aquel hombre. Su voz grave y profunda podían atraer a cualquiera a sus pies, incluso, si no hubiera sido aquella la situación, Génesis probablemente hubiera caído a los pies de aquel hombre.

Portaba semejante belleza, todo en él te hacía querer admirarlo. Desde su cabello hasta sus ojos y su voz eran maravillosos.

— Es una pena perder a una belleza como tú —el vampiro avanzó lentamente unos pasos, acercándosele con toda la paciencia del mundo —pero realmente tengo mucha hambre. Aunque tu olor a perro mojado no es tan agradable.

Se quejó con un alarido cuándo hizo acopio de las fuerzas que le estaban quedando. Alzó sus manos frente a sus ojos, ahora negros, con los dedos estirados con fuerza. El vampiro frente a ella abrió sus ojos de par en par, de repente conmocionado.

— Pues no me vas a perder.

Las piernas del vampiro se fueron alzando levemente del suelo, como si levitara. El aura gris salía despedido de sus manos a medida que lo iba necesitando. Flexionó sus muñecas hacia dentro, juntando más energía, y una vez que estuvo lista las levantó mandando a volar al vampiro metros más atrás.

Sempiterno.   → paul lahote (en edición).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora