Seis.

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Inclinó la cabeza hacia la derecha, se observó de arriba hacia abajo y luego la dejó colgar del lado izquierdo.

Decidió que estaba bien, no entendía porque se preocupaba tanto en vestirse, sólo era una fogata, rodeada de conocidos y amigos. Unos jeans negros doblados sobre sus tobillos, una campera deportiva y unas zapatillas cortitas; estaba más que perfecto. Dejó de darle vueltas al tema cuándo sintió unos suaves golpes en la puerta.

Paul estaba mirando hacia la derecha de manera distraída cuándo le abrió la puerta. Se permitió observarlo unos segundos: ese día llevaba un buzo roto de manera que los brazos parecían haber sido cortados, una bermuda negra y zapatillas. Al menos ese día estaba vestido, pensó divertida. Con una sonrisa se acercó a él lo suficiente como para que la notara; con una sonrisa el moreno la acercó con un brazo en su cintura para darle un pequeño abrazo.

— ¿Estás lista? —le preguntó observándola fijo a los ojos.

Y aunque quiso correr la mirada se sentía demasiado cautivada con sus ojos negros, como siempre que los observaba. Asintió con una pequeña sonrisa y cerró con cuidado la puerta detrás de ella, su padre al otro día tenía que trabajar así como ella tenía que ir al instituto.

Dormir unas pocas horas no había matado a nadie. Al menos no todavía.

— Nos encontraremos con los demás allá.

— ¿Demás? —preguntó intrigada.

— Oh, sí, se han unido unos pequeñajos a la manada.

Con una sonrisa dudosa decidió no preguntar y se subió a la moto de Paul, firmemente agarrada a su cintura. No quería decir que su mejor amigo le gustaba pero a quién quería engañar, siempre le había gustado. Y quizá no serían la gran pareja o quizá ni siquiera tenían un gran futuro —menos con ella y sus planes de irse lejos de Forks— pero quizá mientras tanto podía disfrutar. Y disfrutar a lo grande.

Apoyo su cabeza en la gran espalda del moreno a medida que iba observando los árboles pasar a gran velocidad a sus lados. Ese día hacía frío, como usualmente en el pueblo, pero no demasiado, aunque tuvo que meter las manos dentro de los bolsillos de la sudadera de Paul en busca de calor. Con la velocidad que alcanzaba la moto sentía que el aire le calaba en los huesos.

Cuándo faltaba poco para que finalizara la calle, Paul giró a la derecha y se adentró por un pequeño camino en el medio del bosque. Se veía apenas iluminado por unos pequeños faroles y a Génesis le hubiera dado miedo si no estuviera con Paul. Lentamente, el lobo fue aminorando la marcha para detenerse a unos largos metros del escenario. Mientras bajaba, Génesis pudo observar unos metros allá una pequeña casita, muy similar a todas las de la reserva. Veía la gran fogata que estaba en el medio de la nada y como varias personas la rodeaban; eran más de lo que se hubiera imaginado.

— ¿Ahora sí puedes decirme quiénes son los demás? —le preguntó, apoyándose suavemente en la motocicleta, con cuidado de no tirarla.

Paul achinó los ojos con una sonrisa de lado —. Embry Call, Quil Atera y Jacob Black se han transformado.

— Estas de broma —dijo sorprendida con la boca semi abierta—. ¡Sólo son unos niños!

— Gracias por lo que me toca Gen.

— Bueno, tú eres un adolescente ya pero ¿ellos? Si llegan a los 15 años es mucho.

Una risa brotó del pecho de Paul a medida que se acercaba a la castaña. La actitud de Paul hizo que su corazón saltara de un brinco y su estómago se le cerrara en un puño; el moreno la había dejado atrapada entre sus brazos y la moto, inclinándose levemente para mirarla con una sonrisa.

Sempiterno.   → paul lahote (en edición).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora