Dos.

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El profesor de química estaba hablando pero Génesis no era capaz de conectar más de dos ideas juntas. Los alumnos en el salón eran pocos, no más de 10, sólo los más adaptados para una clase de química avanzada a un nivel universitario. Y más en un instituto como el de La Push, que era mucho más pequeño que en comparación del instituto de Forks.

Además del baile, Génesis era una cerebrito. Creía que en cierto punto se debía a la disciplina que aquel deporte le había inculcado a lo largo de su vida sumado a la inteligencia y rapidez mental que uno tiene que tener cuando, por ejemplo, te marcan una secuencia de siete ochos en una clase de ballet y tienes que aprendértela a la primera para ir a repetirla al instante.

En el baile las secuencias se aprenden de a un ocho, en donde cada profesor elige si por cada tiempo quiere ocupar un paso o no. La música se cuenta y se baila de a "ochos"; se cuenta hasta ocho y ahí termina el primer ciclo, y así. La rapidez mental era clave a la hora de querer bailar, siempre y cuando se hiciera enserio, y más si querías ser bailarina profesional de ballet.

En el aula sabía que el profesor estaba hablando sobre hidrocarburos halogenados pero ese día no era su día.

Luego del altercado en el estacionamiento del instituto, Génesis había salido tan rápido de allí que hasta sus piernas lo resintieron. Llegó casi corriendo al aula 3 y se sentó en el segundo banco, como siempre, ya que la obligaba a concentrarse y estar atenta a la clase. Ese día era la excepción.

Se enojaba consigo misma. La situación la enojaba. No entendía porque seguía con ese mismo nudo en el estómago repitiendo una y otra vez lo sucedido con el morocho amigo de su hermano.

Paul Lahote.

Maldita sea.

Quería ignorarlo, quería ignorar todo eso. Quizá ahora no le estuviera saliendo pero en unos minutos sí, o quizá unas horas. O días. Pero iba a superar lo que fuera que sea eso y seguiría con la vista clara en sus objetivos y obligaciones.

A sus 17 años, y desde siempre, había sido una chica responsable e incapaz de quedarse quieta más de dos segundos. Siempre debía estar haciendo algo. Por eso mismo iba al instituto de lunes a viernes y cuando salía de allí ensayaba en la academia de baile hasta las diez de la noche. Los fines de semana aprovechaba para adelantar sus tareas y estudiar: tanto del colegio como del baile. Ese año era su ante último y planeaba en dos años irse de Forks pero para ello tenía que conseguir una beca en Julliard. Algo casi imposible pero si algo la caracterizaba era lo terca que era. Siempre, siempre conseguía lo que quería. Y a la vez se instruía en química avanzada; debía tener un plan de respaldo y mientras tanto lo disfrutaba. Era una maldita nerd.

El timbre de receso la hizo pegar un salto y traerla de vuelta a la realidad. Con los ojos bastante abiertos miró hacia su cuaderno: vacío. No había tomado nota de nada de esa clase. Se sintió una estúpida.

Enojada tomó su bolso y su cuaderno lo cargó contra su pecho y salió del salón despidiéndose del profesor Daniells. Con paso decidido caminó hasta su casillero y lo abrió de un empujón; dejó su cuaderno y su bolso ahí y tomó su billetera, su celular y un cuaderno distinto que usaba para el resto de las materias.

Un movimiento a su derecha captó su atención y se alejó de su casillero para poder observarlo.

Lo miró fijamente sin decirle nada. Él parecía estar teniendo una lucha interna porque movía sus ojos y manos bastante rápido pero ni una palabra salía de su boca. Finalmente suspiró, dejó caer sus manos a sus lados y lo único que dijo fue:

— Lo siento.

Podía esperar cualquier cosa de cualquier persona, Génesis no era una persona que se jactaba de conocer a los demás. Generalmente siempre vivía en su mundo por lo que nada le sorprendía de nadie. Aunque eso sí lo hizo.

Sempiterno.   → paul lahote (en edición).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora