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Londres

Adrien miraba con detenimiento la tumba de su padre. Había vuelto hace una semana a Londres.

Comúnmente visitaba la ciudad dos veces al mes antes de retomar su viaje de negocios, pero desde hace 5 meses que no pisaba Inglaterra, el tiempo exacto que su padre llevaba muerto.

No asistió a su funeral, ni a su entierro, su intención nunca fue presentarse.
Para él su padre llevaba muerto más de una década y ponerlo en un ataúd fue un mero formalismo.

Adrien tomó la mano de su hermana de 9 años, quien lo acompañaba y juntos retomaron de vuelta al carruaje. Celestine estaba siendo educada y cuidada en otra de sus propiedades ya que el antigüo marqués apenas toleraba su presencia en Grafton House.

Adrien lo entendía. Después de todo Celestine era la prueba viviente de la traición de su madre.

—¿Cuánto tiempo te quedarás esta vez, hermano?

—Para siempre Celestine. Esta vez será para siempre.

Los ojos de su hermana se cristalizaron y se aferró con fuerza de su abrigo. Por mucho que no le gustará Londres, Adrien no tenía la intención de marcharse.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Celestine subió con su ayuda al carruaje que los trasladaría a Grafton House, su nuevo hogar, pero antes de que pudiera imitarla un toque en su espalda llamó su atención.

El actual marqués se giró para recibir a sus dos amigos, Henry Manners vizconde de Susex, hijo del conde de Devonshire y a Allan Seymour, marqués de Ailsa, hijo del duque de Ruthland.

—Menos mal que ya estás aquí.—sonrió Henry estrechándolo en un abrazo.

—No tuve opción, amigo, pero me alegra verte.

—El Descenso nos espera, hay mucho de que hablar.

Celestine que había escuchado la conversación con una sonrisa dijo:

—Nos vemos más tarde en casa, hermano.

Adrien asintió despidiendo el carruaje donde yacía su hermana antes de subirse al de su amigo, Allan.

En minutos llegaron al bar del señor Ricmondy y entre charlas encontraron una mesa un poco alejada de las demás.

Al marqués le alegraba compartir con sus viejos amigos después de varios meses en el exterior. Habían continuado en contacto por correspondencia, pero era bueno verlos de nuevo.

Henry había ordenado varias bebidas cuando dos mujeres muy hermosas se les unieron. Adrien permitió que una se sentará en sus piernas, mientras su amigo tomó a la otra.

Las jovencitas rieron llamando con señas a una de sus amigas, quien presurosa se acercó a ellos dispuesta a complacer a su amigo Allan, pero éste la rechazó casi de inmediato.

Adrien se quedó perplejo al ver la actitud de su amigo mientras Henry lo tomó con gracia.

—Oh vamos Allan.—insistió el vizconde con cinismo.—No me digas que tu futuro matrimonio te impide divertirte.

—Futuro ¿qué?

Grafton no daba crédito a lo que oía.

—Estoy comprometido, Adrien.—contestó Allan provocando que el marqués casi escupiera el whisky.

—Que buena broma, Seymour.—se burló Grafton esperando en serio que su amigo bromeara, pero al parecer no era así.

Allan se había comprometido hace unos días con una jóven muy bonita según Henry. El futuro heredero del ducado de Ruthland no quiso revelar su nombre, pero dijo que pronto se la presentaría.

Sanando tus heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora