La mañana se perfilaba al horizonte mientras el lacayo subía las maletas del marqués al barco. Adrien había tomado la decisión de ausentarse en la boda de Allan porque no era capaz de enfrentar lo que había hecho.
Por primera vez en su vida sentía vergüenza de sus acciones y prefería no mortificar más a la dama. Lady Eliana merecía ser feliz el día de su boda y no amargarse por su presencia.
—Te prometo Celestine que volveré pronto.
—Esta bien, hermano. Ten cuidado.—la jovencita lo observó con tristeza.
—Lo tendré.—se despidió de la única persona que sabía de su partida. Horas después de que se marché su mayordomo enviaría una rápida misiva a sus amigos informándoles de su viaje, pero no antes para que no intentarán detenerlo.
Abrazó a su hermana y caminó despacio en dirección al barco. Conforme avanzaba se repitió mil veces que a su regreso Lady Eliana estaría casada y su error quedaría en el pasado.
Subió por una tabla de madera al navío y se encaramó en la proa sin dejar de mirar el puerto donde su hermana junto a una de las doncellas lo despedían.
—Aquí vamos de nuevo.—se dijo a sí mismo mientras abandonaba Londres.
***
Ruthland House
LondresMargareth observaba de reojo a las damas aglomeradas cuales hienas al acecho rodeando a Edna Russel, vizcondesa de Cornualles.
Las mujeres seguramente esperaban un buen escándalo en medio de esta "pequeña reunión" antes del matrimonio. Para ninguna era sorpresa que la vizcondesa y la duquesa de Ruthland se destestaban. Lo que las distinguidas damas no sabían eran los motivos, pero podían imaginarselo.
Margareth había escuchado los más locos rumores al respecto. Lástima que poco o nada lograron acertar sobre la verdadera razón de su disputa: Un caballero y no cualquiera sino el "distinguido" anfitrión de esta velada.
Margareth no era muy querida por las damas y menos por Elizabeth Seymour, pero se sabía entender muy bien con los hombres. Solo tuvo que convencer a Ruthland de invitarla y a la duquesa no le quedó otra opción que tragarse su orgullo y acatar la disposición de su marido.
La cortesana sonrió.
—Queridas damas les invito a probar los bocadillos en nuestro salón principal.—anunció personalmente el duque con un gesto de galantería que hizo resaltar el poco atractivo que lastimosamente aún poseía.
—Por supuesto excelencia.
Las damas se ruborizaron y como niñas inexpertas se lanzaron al nuevo botín de dulces que les esperaba.
Encima de chismosas, ¡glotonas! pensó Margareth con desdén refugiándose detrás de una de las estanterías cuando se percató de las verdaderas intenciones de Richard Seymour.
El duque atrapó a su antigüa amiga del brazo mientras ella intentaba unirse a las demás. El desgraciado fue tan sigiloso que sino fuera por su genuino interés jamás hubiese reparado en su accionar.
Las puertas se cerraron a las órdenes de Ruthland y dos lacayos se colocaron en la entrada a vigilar que nadie pasará. Margareth continuó en su lugar sin moverse un centímetro a ver si la tonta de su antigüa amiga había aprendido la lección o seguía siendo la misma ingenua que se creía todos los halagos y promesas del "duquesito de oro".
—Excelencia qué pretende.—Edna se cruzó de brazos en una postura defensiva.
La vizcondesa había perdido de vista a su hija y a Elizabeth y sentía un mal presentimiento de todo esto.
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Sanando tus heridas
Historical FictionCuarto libro de la saga "Londres de Cabeza" Sanando tus heridas es la historia de un caballero que perdió la posibilidad de amar dos veces y quizás esta sea la tercera y la definitiva. Adrien Miller a sus 26 años, luego de haber servido casi 6 años...