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Transcurrió un año desde que el compromiso de Lady Russel y su amigo finalizó, pero aquella desilusión amorosa solo fue el inicio del desastre que sucedió después.

Ese año Allan no solo tuvo que atravesar la perdida de su prometida, sino también la de su padre. La epidemia de cólera que acabo con la vida de Lord Devonshire también atacó a Ruthland.

Londres estaba atravesando una de las peores etapas de su historia. Las muertes eran paulatinas y no distinguían extracto social, ni dinero. Ricos y pobres, nobles y plebeyos eran enterrados en fosas comunes para evitar que se propagara más la enfermedad. Los médicos le atribuían la culpa a las aguas contaminadas y a una cantidad considerable de extranjeros infectados.

La ciudad era un caos, pero afortunadamente sus negocios no se detuvieron. Para Grafton lo único importante en la vida eran sus negocios y su hermana. Había asistido al funeral de Lord Ruthland como era de esperarse y continuó a lado de Allan hasta que él se lo permitió.

Ni Henry, ni Adrien, ni siquiera Lady Elizabeth podían hacerlo entrar en razón. Desaparecía una semana y volvía a la siguiente lleno de deudas y problemas. Al ver el comportamiento de su primo Damien había tomado el control del ducado de Ruthland temporalmente, pero esto solo logró empeorar más su relación.

—Milord disculpe que lo interrumpa, pero tiene visitas.—informó su mayordomo mientras el acababa de cerrar un trato.

—Esta bien Carter, la reunión ha terminado. Acompaña a los señores a la salida.—señaló a sus socios de negocios.

—Con gusto, señoría.

Adrien se acomodó mejor en su asiento antes de divisar a Henry y a Allan. A diferencia de las últimas veces su amigo estaba sobrio y presentable.

Los tres habían recibido sus títulos casi simultáneamente, pero él fue el único que se acostumbro rápidamente a su nueva responsabilidad.-quizás porque la perdida de su padre no le afectó como a sus amigos o porque sabía establecer prioridades.-pero Allan y Henry no habían podido imitarlo.

—Me sorprende verte en tan buen estado, Ruthland.—sonaba extraño llamarlo por su nuevo título, pero Adrien pensaba que eso lo ayudaría a acostumbrarse.

—Me voy de Londres, Adrien.

—¿Qué?

—Me cansé de todo.—gruñó con frustración.—¡Esta maldita ciudad está cargada de recuerdos y lo mejor es que salga de aquí cuanto antes!

Grafton lo miró fijamente compréndiendolo. Desde que su matrimonio se canceló y su padre murió, Allan se había sumido en su propio infierno.

—¿Estás totalmente seguro?

—Lo estuve pensando desde hace algunos días y es lo mejor para mí.

—¿A dónde irás?

—Australia.

—¿Y tu madre ya lo sabe?

—No, se lo diré esta noche, pero quería que ustedes dos lo supieran antes.

—¿Y el ducado?

—El antiguo administrador de mi padre se encargará.

—Te mantendremos informado de cualquier novedad.—prometió Henry.—Pero tienes que jurarnos que no te meteras en más problemas, Allan.

—Lo único que haré es intentar reconstruir mi vida si es que aún puedo hacerlo.

Y se marchó.

Adrien no volvió a ver a su amigo en los próximos 3 años y cuando regresó, lo hizo siendo alguien diferente. Allan no sólo aprendió a administrar bien sus finanzas y sacar adelante el ducado sino que voluntariamente pisó el altar de la mano de su actual esposa, Lady Caterina Seymour, duquesa de Ruthland.

Sanando tus heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora