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Bar El Descenso
Londres

Adrien revisó la baraja en sus manos antes de deshacerse de una carta y dejarla en la mesa. Sus compañeros de apuesta lo imitaron y el juego fue tomando forma poco a poco. El marqués había perdido de vista a Allan, quien seguramente se encontraba bebiendo en algún punto del bar.

—Gané.—anunció al cabo de unos minutos a sus acompañantes, quienes entre gruñidos le entregaron el dinero. Adrien se dispuso a contar lo recibido, pero unos susurros cercanos lo interrumpieron.

—¿Qué ocurre?—preguntó a uno de sus acompañantes, un burgués calvo sentado a su derecha.

—Acaba de llegar Crystal.—respondió el hombre.—la fantasía amorosa de todos estos idiotas.

—¡Es hermosa!—comentó otro con deleite.—Pero lastimosamente no acepta a nadie, creeme.

—Es solo una mesera, qué tan difícil puede ser conquistarla.—terció Adrien mirando a la mujer que repartía licor por todo el bar.—Un par de palabras bonitas y unos cuantos regalos y será mía.

—¿Ah sí?—el burgués sonrió con picardía.—Entonces inténtelo y si lo consigue le duplicaremos lo ganado.—propuso para sorpresa de todos.—pero si la señorita lo rechaza nos devolvera el dinero que ganó.

—Lo gané justamente.—replicó Adrien arqueando una ceja.

—¿En serio desaprovechara está oferta, milord?—lo retó el caballero.—Si es tan fácil seducirla, queremos verlo.

—¡Sí! ¡Sí!—incitaron los demás, quienes sabían a ciencia cierta que tenían las de ganar.

—Bien, pero con una condición, quiero el triple.—sentenció provocando que dos caballeros salieran de la apuesta, pero los demás liderados por el burgués accedieron.

Adrien sonrió al imaginarse las ganancias que obtendría de esos incautos mientras abandonaba su sitio y caminaba hacia la dama.

—Señorita.—se acercó por detrás de ella cuando la jóven terminó de servir a un cliente. Crystal lo observó de arriba a bajo sin ningún disimulo y continuó con su camino como si no lo hubiera escuchado.—Señorita.—insistió mirando de reojo como los hombres en su mesa sonreían de forma burlona.

—¿Qué se le ofrece caballero?—la mujer se detuvo de golpe dejando a un lado los vasos que llevaba y lo confrontó.—Si desea algún licor, solo me llama y ya, no es necesario que me persiga.

—En realidad, deseo algo más que un licor...—la voz del marqués se tornó grave e insinuante.

—¿Ah sí? Entonces serán dos licores o quizás tres, qué tal diez ¿De que no más le sirvo caballero?—Crystal continuó con su trabajo fingiendo ignorar las intenciones del extraño.

—No me refería a eso querida.—Adrien la acorraló contra una de las paredes y sin ninguna contemplación le impuso su cercanía.—Deseo su compañía, señorita y estoy dispuesto a pagar cualquier precio.

—Ya veo.—la dama ladeó su cuello ligeramente dejándole entrever su sensual escote, pero cuando Adrien se dispuso a reclamar esos atrapantes labios rojizos, ella lo pateó con todas sus fuerzas.

—¡Auch!—Adrien se apartó de golpe.

—La próxima vez que me haga perder el tiempo, lo pasará peor, caballero.—susurró en su oído y se perdió entre la multitud que no paraba de reír mientras él seguía sin dar crédito a lo que había pasado. Todo le salía mal en las últimas semanas.

Primero Allan decidía casarse ignorando sus sugerencias y ahora una desconocida no solo lo rechazaba sino que acababa de golpearlo.

¿Qué más podría ir mal?

Sanando tus heridasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora