9: Belleza

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-El príncipe Jacinto, tan hermoso como los mismos dioses del Monte Olimpo, gozaba del profundo amor de Apolo, el Dios del Sol. Apolo le dio al adolescente todo su amor y pasión, incluso hasta el punto en que olvidó que era un dios. No fue hasta que Jacinto fue herido de muerte al tratar de atrapar un disco que lanzó Apolo, que el Dios del Sol recordó la naturaleza destructiva de su poder.

"Vivirás para siempre en mi corazón, dejando un sello que solo me pertenece a mi".

Desde entonces, el joven se ha convertido en jacintos que florecen como rayos de sol...


Calvera estaba sentada el medio de ese enorme sofá y los dos niños estaban a su lado, sentados y serios, escuchando atentamente todo lo que la morena le leía.

-¿Qué piensan de esta historia, niños?

-Que los dioses son idiotas.- Calvera miró asombrada al pequeño pelirrojo, mientras que Milo solo dejó salir una risilla ante el comentario.

-¿Por qué dices eso?

-Apolo sabía que era un dios y aún así decidió enamorarse de una persona normal y quererlo al punto de olvidarse que era un dios. Eso es algo estúpido.

-Sabes demasiadas palabras para tener siete años, Cam.

-Es de familia...- Dijo casi en susurro mientras se cruzaba de brazos, inflaba los cachetes y llevaba su mirar hacía otro lado. Calvera solo rió ante eso y se giró para ver esta vez, hablarle a su hijo.

-¿Y tú que opinas, mi amor?

-No me gusta pelearme con Camus, pero a mi me parece muy lindo.

-¿En serio? ¿Y por qué?

-Porque siento que es un amor real, como el tuyo y el de papá. Apolo se enamoró de ese príncipe, aunque fuera humano, lo quiso y se entristeció mucho cuando murió y creó flores para nunca olvidarlo. Tú y papá es lo mismo, la abuela Garnet no lo quiere a papá, pero ustedes se quieren tanto que no les importa nada... Y su cariño me hizo a mi.

Las mejillas de la pelinegra se volvieron en ligero color rojo, pero casi enseguida comenzó a reír. Como era un niño pequeño aún, ninguno se había atrevido, ni siquiera pensarlo, de hablarle acerca de eso de "las abejas y las flores", pero le daba mucha risa que sacara sus propias conclusiones, acerca de como él había llegado al mundo.

-Bueno, digamos que ambos tienen razón. Camus tiene razón al decir que Apolo se enamoró perdidamente de un mortal, a pesar de ser un dios, y que eso fue su perdición al final, pero Milo también tiene razón al decir que fue algo muy bonito a pesar de ser trágico. Es bonito porque fue real. Se amaron como nunca y Apolo nunca lo olvidó, creando lindas flores que siempre lo buscan.

-¿A dónde vamos con todo esto?

-A la belleza del amor, Camus. El amor es así siempre, sin excepción de dioses o humanos, es hermoso, y aunque acabe siendo trágico, no quita que sea lo más maravilloso que todo el mundo puede tener. Yo tengo amor, que es el tesoro más preciado que puedo tener, y que me dio el mayor y más grande regalo que pude recibir.- Tomó a Milo entre sus brazos y lo sentó en su regazo, pero volvió a repetir la acción con el pequeño francés, que se sintió muy bien al tener semejante cariño materno. -Ustedes también tienen algo muy lindo. Tienen una amistad que vale oro y tiene que ser lo más preciado para ustedes, porque será todo lo que les importe en su futuro.

-¿Qué quieres decir?

-No sabría explicarte ahora, mi vida, pero ten seguridad en que, llegado el momento, comprenderás acerca de esta belleza de la que hablo.

Milo le sonrió con muchas ganas a su madre, mientras que Camus se quedaba pensando en esas palabras.

Le faltarían muchos años para entender aquellas palabras, pero por el momento, lo único que su cabecita podía pensar era en que decía aquello, porque Calvera hablaba de lo bello que era enamorarse, tener una familia, una mamá y un papá.

Salió corriendo de allí sin decir nada, dejando mal a Calvera, ya que sentía que alguna de sus palabras habían herido mucho al pequeño, pero no hizo nada, solo se quedó sentada con su hijo en sus piernas, esperando que Degel no fuera muy dura con ella luego, aunque se lo merecía.

Había querido enseñarle la belleza del amor y acabó hiriéndolo.

Eso le hizo pensar que, tal vez, le merecía lo que acababa de descubrir en su interior.

Fictober KardGelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora