El Inmortal: Castigo

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     El moribundo no mejoraba. Ya tenía dos días agonizando y los médicos no habían podido hacer nada para aliviar su dolor.

Ciranov permaneció junto a su amigo en todo momento, a la espera de que los hombres que envió a buscar a los brujos del bosque regresaran. Pero seguía sin tener noticias de ellos. Empezaba a creer que tal vez los Jamzais los habían emboscado y acabado con ellos. Pero a la segunda noche, mientras llovía con fuerza, los exploradores regresaron. Y no lo hicieron solos.

—¿Quién es ella? —preguntó Ciranov.

—No lo sabemos —respondió Clyde—. No quiso decirnos su nombre.

Con ellos venía una chica. Aparentaba poco más de doce años. Una niña. Pero en sus grandes ojos amarillos veía una sabiduría de anciana. Tenía la piel oscura y el cabello largo y oscuro, con hojas trenzadas. Vestía una túnica verdosa y se decoraba con collares de huesos de animales, ramas y hojas. Era como una planta andante, incluso desprendía un olor similar al de las plantas cuando las podan.

—¿Quién eres, niña? —le preguntó Ciranov.

—No importa quién soy yo —respondió la niña con voz calmada—. Déjenme ver al hombre herido.

Ciranov, por alguna razón, se apartó. No sabía cómo, pero esa niña lo tenía a su merced. No amenazaba, no levantaba la voz, ni siquiera hacía movimientos que insinuaran hostilidad, pero su sola presencia hacía que a todos se les helara la sangre.

La chica se acercó a Kyalo y puso su mano en la frente del guerrero agonizante. Kyalo se estremeció mientras mascullaba palabras ininteligibles.

—Hay una maldición sobre él —dijo la curandera. Miró a un lado y vio la daga negra sobre la mesa—. Esa daga la provocó.

Se acercó a ella y la tomó. La examinó de cerca con esos ojos amarillos y atentos.

—Espíritus oscuros y ponzoñosos impregnaron esta daga —agregó la curandera—. Una fuerte maldición caerá sobre quien sea herido por ella. Incluso si solo es un rasguño. —Se volvió a Ciranov y lo miró fijamente—. Su cuerpo se está destruyendo desde dentro. Morirá al amanecer.

El rostro de Ciranov palideció. ¿De verdad perdería a su mejor amigo de esa forma? No se imaginó luchando sin Kyalo a su lado, ni bebiendo sin él después de las batallas. Cuando cayó herido, Ciranov lo protegió con su propia vida. No podía perder a su mano derecha de esa forma.

—Sálvalo —le ordenó a la curandera. Habló como un rey dando una orden; pero no recordaba que ella no estaba subordinada a él.

La curandera levantó una ceja y la sombra de una sonrisa se asomó en sus labios. Ese caudillo en verdad era arrogante. ¿Quién se creía para darle órdenes? Estuvo tentada a maldecirlo y salir de la tienda; pero necesitaba el pago que los soldados le habían prometido, así que se tragó su orgullo.

—Retirar una maldición tan poderosa no es fácil —explicó—. Pero tal vez haya algo que pueda hacer.

—¿Qué cosa? —preguntó Ciranov, perdiendo la paciencia—. Habla claro, curandera.

—Puedo ahuyentar a la muerte de su cuerpo, pero será muy difícil de revertir este hechizo. —Pasó su dedo por la daga—. Él vivirá pero, en consecuencia, no podrá morir. No hasta que cumpla con una misión; ese será el sacrificio a los espíritus que lo atormentan. Heridas que se abren y cierran sin parar. Dolor perpetuo.

—¿Qué misión? —Ciranov sentía que su sangre hervía—. ¿De qué estás hablando?

—Él vivirá hasta que los Jamzais sean totalmente derrotados —sentenció la curandera—. No más. La muerte vendrá por él, lo hará sangrar, lo herirá de incontables formas, le hará desear estar muerto, pero no se lo llevará. Ahora salgan todos de esta tienda. Los espíritus de las maldiciones saldrán y querrán carne. Maten a un caballo o a una cabra, lo que sea, y dibujen un círculo alrededor de la tienda. Está lloviendo, así que será perfecto. La sangre y la lluvia son buenos para los hechizos. Quédense afuera hasta que yo les diga.

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora