Cacería Nocturna

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     Aimer se levantó en mitad de la noche después de pasar horas tratando de dormirse.

En las áridas tierras del Gran Desierto Central, los días eran calurosos y las noches eran frías. Aimer había usado su capa como manta para protegerse del frío. Dust estaba acostado de lado, cubierto también con su capa. Sus suaves ronquidos ahogaban el silencio del desierto; hacían que Aimer no se sintiera sola, pero aun así no podía dormir.

Dust se removió entre su capa y abrió los ojos.

—¿Problemas para dormir? —le preguntó Dust, volteando a verla.

—Solo estoy pensando... en mis amigos —respondió Aimer—. Me pregunto cómo estarán. —Ya le había contado a Dust que viajaba con mercenarios y que estos se habían quedado en Exis por un contrato.

—Ah, los mercenarios. —Dust se sentó—. Seguro están bien.

Aimer quería creerlo. «Los tres son fuertes —pensó—. Vencieron a Rakko, el líder de los elfos oscuros. Antes de eso, Noam y Jeriko se enfrentaron a un hombre-jabalí en el Bosque de los Monstruos. E incluso antes, se habían batido a duelo con los hombres de armaduras negras que destruyeron Gerakia».

—Oye, Dust —dijo Aimer—, ¿sabes algo de los elfos?

—¿Elfos? —Dust frunció el ceño—. ¿Los de las historias?

—No, los reales.

—¿Reales?

—Sí. Bueno..., Koru, uno de mis amigos, es un elfo. Solo quería que lo supieras antes de que los conocieras cuando fueran al Centro de Navegación.

Dust se quedó en silencio por un momento, mirando fijamente a Aimer sin demostrar nada.

—Sabía que no ibas a creerme —replicó Aimer, insinuando una sonrisa—. ¿Te quedó vino?

Dust le tendió el pellejo. Ella lo tomó, le quitó el tapón y bebió un trago.

—¿Tienes edad para beber? —le preguntó Dust.

—Tengo diecisiete años —contestó Aimer—. Ahora soy huérfana, así que soy dueña de mi destino y mis decisiones.

Dust sonrió...

—Quieres calmar tus nervios con alcohol, ¿no? —le preguntó mientras se volvía a acomodar en el suelo.

Aimer no respondió. Dust supo que tenía razón. Estaba muy preocupada, había visto un cuervo más temprano; según la antigua creencia, los cuervos eran presagios de desgracias.

—Tus amigos estarán bien —le dijo Dust mientras se subía la capa hasta la barbilla y cerraba los ojos—. Me dijiste que son mercenarios, ¿no? Y un... elfo. Esos no son fáciles de matar, por lo que he escuchado.

Aimer tomó un trago largo de vino y después arrojó el pellejo a un lado. Se echó en el suelo y se cubrió con su manta. Volvería a tratar de dormirse, esta vez pensando en que sus amigos tenían la fuerza suficiente para sobrevivir a lo que fuera. Tal vez no era tan alejado de la realidad; después de sobrevivir al infierno en Gerakia y derrotar al líder de los elfos oscuros, luchar contra una tribu sonaba fácil, al menos para ellos. Aimer, por su parte, también tenía que cumplir una misión; no tan peligrosa como la de ellos, pero casi igual de importante.

Si la leyenda de los Diez Salvadores era cierta, podrían estar ante algo muy grande.

***

—Es peligroso estar aquí —le dijo sir Sieg a Noam—. Debemos volver ya. El mensajero está muerto, no podemos perder más hombres antes de enfrentar a los Jamzais.

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora